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¡Tan caliente y excitado!
Fecha: 31/03/2021, Categorías: Gays Autor: Pedrope, Fuente: SexoSinTabues
Me encontraba bajo la ducha, haciéndome un pajote, y sólo sé que todo sucedió deprisa y de manera muy espontánea. Venía del Club de Tenis, de echar mi partida de pádel Y por cierto, que el desastre de esa tarde en la cancha no tenía precedente. Fue una de esas ocasiones en la que uno no da pie con bola, ni bola con pie, ni nada que tenga sentido. Si hubo un culpable, ese fui yo. Pero como quiere el tópico, la culpa la tuvo una mujer; pura hembra hispana de silueta de avispa que pica y muerde, cuyo cometido en la cancha no fue el de batirse conmigo para probarme si era más ducha que yo en el pádel. Mi reputación en el Club de Tenis de imbatible jugador era algo más que una leyenda. Y ella lo sabía. Por lo tanto, jugó a distraerme usando su feminidad como cebo y sus bonitas piernas. Y algo más que quedó bien clarito cuando saltaba en un saque, o corría para no perder un servicio. En esas ocasiones, el pliegue de su faldita corta se volteaba y a la vista quedaba que no llevaba bragas. Ni sujetadores, a juzgar por cómo se bamboleaban sus melones en un súbito salto, los pezones bien marcados en aquella sudadera blanca. Y como ella sabía que yo la miraba, aún saltaba más alto que la vez anterior, y con su salto, el vuelo de su falda me mostraba su coñito, debidamente depilado, o el deleite de sus pálidas nalguitas. Ante aquel espectáculo, no acerté ni un saque, ni un servicio y ella me machacó vorazmente en la cacha hasta humillarme. Cualquier hombre hubiera sucumbido a sus ...
... encantos, y nadie le hubiera culpado por ello. Mientras me enjabonaba mis pectorales y mi liso vientre bajo la ducha, decidí devolverle el favor a mi amigo Jorge. Fue él quien reservó la pista, y fue él quien envió en su lugar a aquella pérfida mujer aquella tarde, probablemente una profesional del sexo, para hacer caer, definitivamente, mi inquebrantable reputación de as del pádel. Pensando en cómo pagarle las cuitas a Jorge, pero en el fondo teniendo en mi mente a aquella buena hembra, me encontré con que se me había puesto la verga morcillona. ¿Y por qué no? Hasta entonces, y sin vacilar, me consideraba un hombre heterosexual. Y además yo aún me sentía como un chaval de 20 años, siempre con ganas de fiesta y con el instrumento bien a punto. Pero la realidad era otra bien distinta. Tenía 37 años de edad, e iba a por los 38, en medio de una situación lamentable: tenía ya tres años que me había separado de mi mujer. Nuestro matrimonio terminó en medio de una vasta frialdad tanto sexual como afectiva. No sólo se apagó nuestro fuego, si no que en momento dado, casi toda señal afectiva pareció morir. De hecho, lo único que nos quedada era nuestro hijo, Alberto, quien por cierto me estaba esperando en el salón de mi apartamento completamente ajeno a mis pensamientos. Había prometido llevarle al cine a ver la última película de superhéroes, seguida de un banquete en una céntrica hamburguesería. Veo a mi hijo periódicamente. Muchos fines de semana los paso con él: lo recojo en casa de su ...