1. La putísima madre (capítulo 5)


    Fecha: 17/04/2021, Categorías: Hetero Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos

    ... prolegómeno, comenzamos el juego. Las primeras rondas no fueron muy interesantes, sólo preguntas banales y algún desafío aburrido que ni vale la pena mencionar. Pero a medida que empezaron a hacer efecto las pequeñas dosis de ron, las cosas empezaron a tomar color.
    
    Al comienzo de una de las rondas me declaré dictador y comuniqué que iba a imponer los retos para todos, incluso para mí. Mis padres rieron, ya bastante copeteados. Le tocaba el turno a mi padre, entonces le alcancé una cinta métrica, que había tenido la precaución de llevar, y le ordené que con ella le tomara las medidas a mi madre. Mi viejo procedió ante la risa de todos. El resultado fue un contundente 99-63-100 (Ufff, qué hembra).
    
    Luego le tocaba a mi madre, así que le ordené que le tomara las medidas a mi padre, pero no le di la cinta métrica, sino un montón de cuerdas.
    
    –¿Cómo querés que lo mida con esto? ¿Estás loco? –me dijo ella en una carcajada constante.
    
    –Entonces atalo en una silla –le contesté.
    
    Mi madre, cumpliendo mi orden, amarró a mi viejo de pies y manos a una silla, quitándole toda posibilidad de movimiento.
    
    –Vas a permanecer atado hasta que termine la ronda –le dije a mi padre.
    
    Mi vieja, en forma autónoma, decidió extender su reto: primero vendando los ojos de mi padre con un pañuelo y luego realizándole un improvisado lap dance, sentándose encima de él y refregándole el culo por todos lados. Mi viejo se excitó bastante, pero mi presencia cohibió su entusiasmo.
    
    –Pará, ...
    ... querida... que está el nene.
    
    –¡Epa, epa! –objeté yo –si quieren los dejo solos ¡eh!
    
    Una vez finalizado el breve baile erótico decidí, como castigo a la contravención, imponerle otra prenda a mi vieja.
    
    –Tomá, ahora me vas a medir a mí –le dije entregándole la cinta métrica.
    
    Mi viejo, que no podía observar la realización del desafío, preguntó en forma risueña por el resultado. Pero la respuesta de mi vieja lo dejó mudo:
    
    –¡22 centímetros, qué pedazo de pija, bebé! –gritó enfervorizada.
    
    Mi viejo no entendía nada. Claro… él no pudo ver cuando saqué mi chota, ni cuando mi vieja me la midió, ni la rápida mamada que me hizo después, ni cuando le arranqué la escasa ropa que llevaba, ni cuando ella se montó sobre mi pija y comenzó a cabalgarme sobre la alfombra, en frente mismo a sus narices. Ya no había doble sentido. Sólo uno. Las cartas estaban sobre la mesa. Las máscaras estaban en el suelo, al igual que nuestros desnudos y enredados cuerpos.
    
    –¡¿Qué está pasando?! –preguntó con total consternación.
    
    Nadie le respondió, pero él solo se dio cuenta de lo que ocurría cuando comenzó a escuchar el chapoteante plaf plaf –característico de nuestras salvajes y húmedas cepilladas– y los jadeos de mi madre, que rápidamente se convirtieron en ruidosos gemidos de placer.
    
    Cuando las protestas de mi viejo se transformaron en gritos desesperados, pausamos la cogida y procedimos a amordazarlo con el mismo pañuelo que antes había vedado sus ojos. Una vez hecho esto, mientras él ...
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