1. A solas con el hermano


    Fecha: 02/11/2017, Categorías: Incesto Autor: aliciawonders, Fuente: RelatosEróticos

    Evant me contó sobre una experiencia suya de hace un par de años, cuando yo aún no le conocía.
    
    Por aquel tiempo Evant y su familia vivían en un lugar campestre, de climas cálidos y soles que redundaban en aun más ardor. El lugar era simple, sencillo. Una pequeña cabaña de ladrillos y ventanas pequeñas, de habitaciones justas para quienes vivían allí. Padre, madre, y dos hermanos de confianzas profundas. Petit siempre ha tenido esa frescura. Según la historia que Evant me contó, la puedo imaginar como una flor amarilla silvestre, que se perdía en paseos matutinos entre el verdor de esos campos calientes. Evant también solía buscar espacios tranquilos para hundirse entre libros, extenderse en alguna baja colina y soñar despierto. -“El lugar producía ganas de buscar secretos y placidos rincones, para quedarse desnudo bajo el sol y la tenue sombra que proyectaban las hojas de los árboles sobre la piel”- me dijo Evant, y así lo imaginé. Por lo que puedo comprender, un sitio así debe traer mucho erotismo a la mente, a los ojos, al deseo de esos cuerpos que se dejan embriagar por llamados arquetípicos de la naturaleza.
    
    Fue una mañana, en la que Evant despertó. Buscó temprano algún bocado ligero en la pequeña cocina de la cabaña casa. Su madre y su padre ya estaban despiertos y no sólo eso, más bien, arreglados y listos para dejar el lugar con la soledad apropiada para que cosas que no hubiesen pasado normalmente, tímida y traviesamente pasaran. Ellos se marcharon anunciando ...
    ... que llegarían tarde, que no hubiese preocupación. Y Evant aún no había fraguado nada. Amanecía como todos los días, drogándose con el abundante oxigeno del campo, oyendo la música del riachuelo que jugueteaba serpenteando muy cerca de la pequeña casa.
    
    Evant se dispuso a salir, y echó una mirada descuidada hacia la puerta entreabierta de Petit, la bella hermana durmiente, la juguetona perezosa que nunca se levantaba sino después de las diez cuando vivía plácidamente sus vacaciones. Pero esas piernas descobijadas de la rubia atrapan la atención, yo lo sé y ustedes lo saben, si han leído la historia que en común tengo ahora con ella. Esas plantas de sus pies, rosadas y pequeñas le sembraron a Evant curiosas ganas y deseos desviados. Agradeció por un instante la hermosa soledad que reinaba allí mismo. Y pensó para sí que el día se antojaba demasiado caluroso, que un baño en la tina no caería nada mal.
    
    Evant pensó que sería lindo preparar un desayuno para Petit. Demoró unos veinte minutos, sino es que más, para llevarle buenos sabores en esa ya tardía mañana. Entró en la habitación de Petit y le dijo: ¡Buenas “tardes” señorita!- pero ella, como casi siempre, no le hacía caso al mundo despierto, y sólo se volteó para otro lado, como acomodando las sabanas, el colchón y las almohadas para seguir metida en qué sabe qué sueños. Evant dejó la bandeja en la mesita de noche, y se quedó viendo de nuevo los pies frescos de Petit, sobresaliendo por las telas de colores chillones. Acercó ...
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