1. Doly se llenó de carne viva. Una relación madura, un aprendizaje de vida


    Fecha: 09/11/2017, Categorías: Otras Categorías, Autor: Nazareno Cruz, Fuente: CuentoRelatos

    Contar esta historia, me sirve para purificar los recuerdos más entrañables, verme en el espejo del pasado, descubrir esa foto en tono sepia de un tiempo en el que tenía todo por descubrir, al mismo tiempo recordar de dónde vengo y que aún sigo sintiendo y viviendo con los mismos valores y conservando los mismos deseos por la vida y el disfrute del sexo.
    
    Este relato conserva la esencia de mi ser, las mismas ganas de vivir a full, que siendo algo más joven se enriquece con la experiencia de vida que me recibo en el intercambio generacional con una mujer madura.
    
    Con mis 19 años, la vida me ríe y canta, cada mujer representa el desafío del cazador por conseguir ese trofeo que adorne el inventario del deseo consumado.
    
    Recién ingresado a la universidad, trabajaba por las mañanas haciendo gestiones para un estudio jurídico, recorría varias oficinas públicas, algunas con mayor frecuencia, como la de rentas de la ciudad de Buenos Aires, que todas las semanas debía pasar como una especie de rutina.
    
    Todos me conocían, pasaba del otro lado del mostrador como uno más de ellos. Sin modestia puedo afirmar que era un lindo pibe, simpático, rubiecito, alto, “fachero” (buen aspecto), las minas (mujeres) me tenían “junado” (mirado con cierta admiración), en las veteranas (maduritas como de 40 maso) despertaba el sentido maternal o, tal vez, sus fantasías sexuales.
    
    Usaba estas ventajas para agilizar los trámites, siempre con palabras y gestos cariñosos, podría decirse que “las ...
    ... tenía comiendo de mi mano”, algunas siquiera les importa disimularlo.
    
    Esa mañana llegué a Rentas, pasado de frío, las “maduritas” convidaron con café en el office. Mientras bebía la infusión observo como la encargada del sector, la señora Dolores (Doly), una veterana bien puesta, estaba con la mirada triste, como ida. Pregunté y dijeron que estuvo así toda la semana. Salí y volví con un ramito de flores, ausente, dejé sobre el escritorio con una notita: “Vale por una sonrisa. Charly”.
    
    Me aparecí, un par de días después, me llamó y agradeció la gentileza.
    
    —Gracias, por la sonrisa. – Agradecía con afecto y dulzura.
    
    —Si me esperas, salgo a las 13 y te invito a comer para darte las gracias, ¿sí? –acepté. – En el barcito que está aquí a la vuelta.
    
    A la hora convenida, esperaba a Doly, cuando apareció en la puerta no podía creerlo, estupenda con un trajecito gris, lucía un cuerpo desconocido, oculto bajo el uniforme de oficina, “la mujer de las cuatro décadas “que Arjona ensalza, a su paso concentra las miradas de los tipos, viéndola llegar me sentía un afortunado, tocado por la varita mágica del destino, hasta se vino a la mente una peregrina fantasía, pero su llegada la hizo naufragar en las aguas de la realidad.
    
    El almuerzo transitó por los carriles de la amabilidad y la cordialidad. Ejecutaba la técnica casi siempre infalible de escucharla, prestarle mi oreja, es algo que toda mujer necesita y pocos entienden esa necesidad existencial, yo lo entiendo, ella se lo ...
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