Gabriela, Silvy, la del jodido culo y yo
Fecha: 13/07/2021,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Werther el Viej, Fuente: CuentoRelatos
... esa trans tiene unas tetas tan buenas como las mías ‒va diciendo en un tono muy dulce y entre suspiros‒. Y un culo maravilloso, casi como el mío‒. Me guía la mano está vez hasta sus nalgas y me fuerza a magrearlas‒. Pero en cuanto a chocho...-. Se ha abierto de piernas para exhibir en todo su esplendor la raja de su coño.
En este momento, yo ya tengo la polla tiesa como un garrote. Gabriela lo comprueba masturbándola ligeramente. Luego, me mira sonriente.
‒¡Fóllame! ‒me ordena. Pero antes de que le hunda la polla totalmente, retiene mi embestida.
‒Prométeme que montaremos un trío ‒me pide en un tono que es, a la vez, exigente y suplicante.
¿Qué harías tú, con el capullo ya metido en ese coño mojadísimo? Bueno, pues, yo también se lo prometí.
* * *
Te lo sigo explicando.
Silvy nos ha recibido con los brazos abiertos. Me besa ambas mejillas, como si fuésemos amigos de toda la vida.
‒Hola, cariño Me encanta volverte a ver ‒dice, y hasta parece sincera.
Por su parte, Gabriela se presenta (“Hola, guapa”) y también recibe dos besos de cortesía. La verdad, tú, es que Silvy está muy buena. Tanto que nadie imaginaría que tiene polla. Incluso a mí, ahora, eso me parece increíble.
Realmente, está muy sexy. Se ha teñido la media melena de un tono cobrizo. Con coquetería, hace gala de esos ojos claros, entre verdes y azules; de esa boca carnosa, de labios provocadores; de esas tetas plenas y erguidas, de gordos pezones que se le marcan en la camiseta. Pero, ...
... sobre todo, de su culo. Ese culo precioso, respingón, de nalgas poderosas, ceñidas hoy por un ajustado short vaquero. Lo va exhibiendo, contoneándose, un paso delante de nosotros, para guiarnos hasta la sala de estar, amueblada con esos muebles que imitan algún estilo antiguo. Inevitablemente, la contemplación de ese culo me trae, de inmediato, imágenes recientes muy excitantes. Y, desde luego, una rápida erección, que mis pantalones oprimen.
No sé exactamente qué han pactado por teléfono Gabriela y Silvy. Detecto una cierta empatía entre ellas. Están cuchicheando, entre sonrisas cómplices, mientras yo me siento en el gran sofá que preside la sala. Tengo la sensación de que están planificando cuándo y cómo me llevarán al huerto. Mi recelo aumenta cuando Gabriela, muy decidida, se acomoda a mi lado.
‒¿Queréis tomar algo? ‒nos ofrece Silvy‒. Tú, ya sé, un whisky sin hielo, ¿no? ‒me dice‒. No, espera, espera... Mejor descorcho una botella de cava y brindamos los tres por esta reunión ‒propone.
‒Me apunto ‒aprueba enseguida Gabriela, con cierto entusiasmo.
‒Vale, pues, voy por el cava. Y mientras, os vais poniendo cómodos, ¿no?
Aprovecho que Silvy ha salido de la sala, para preguntarle a Gabriela qué, demonios, estaban tramando.
‒Nada. No te preocupes... Le gustas mucho... Lo pasó muy bien contigo, me ha dicho ‒mira hacia la puerta del pasillo, vigilando que no entre Silvy, y me susurra: ‒Por lo visto, la follaste de premio, tío ‒sonríe, mientras se está quitando ...