Las tormentas
Fecha: 18/12/2017,
Categorías:
Confesiones
Autor: pedrocascabel, Fuente: RelatosEróticos
Las tormentas
Hay a quien le gustan las tormentas, sí, esas que traen lluvia, viento, relámpagos, rayos, truenos, granizo y otros fenómenos meteorológicos que a muchas personas resultan molestos e incluso causan nerviosismo y miedo. Precisamente por eso últimamente me gustan a mí las tormentas, porque hay mujeres a las que el nerviosismo y la desazón que les provoca sólo se les pasa follando, como le ocurre a mi novia Berta, con la que echo unos polvos cojonudos desde que hace poco tiempo descubrí el miedo que le dan las tormentas y la mejor manera de calmárselo.
Me llamo Ángel, tengo treintaicinco años, soy químico, aprobé la oposición de catedrático de instituto y estoy destinado en una importante localidad del pirineo aragonés. No llevo mala vida, no me puedo quejar, aunque en ocasiones echo en falta la gran ciudad en la que nací y viví veintiséis años —debemos ser menos de quince mil habitantes— pero me gusta la naturaleza, las gozo como un enano, paseando, andando, corriendo por el monte —disputo algunas carreras que se hacen por la zona y hasta he ganado un par de ellas— y de eso por aquí hay como para aburrir.
Desde un punto de vista geográfico esta es una zona ideal para que en determinadas épocas del año, los vientos calientes que suelen llegar desde el Mediterráneo y los fríos que proceden de Francia y el mar Cantábrico se encuentren, producen los fenómenos físicos que provocan nubes cargadas de agua y fuertes vientos que terminan dando lugar a una ...
... actividad meteorológica más o menos violenta que habitualmente llamamos tormenta. Primavera, verano y comienzos del otoño son las épocas en las que suceden un montón de tormentas.
A comienzos de la primavera, en una de las salidas al monte que organizamos un grupo de amigos, nos sorprendió, casi en cuestión de minutos, una gran tormenta mientras íbamos andando subiendo por un camino forestal muy empinado, lejos de cualquier refugio, así que el salvaje aguacero que comenzó a caer en mitad de los ruidos de los truenos y el formidable aparato eléctrico nos obligaron a desperdigarnos a las diez personas que íbamos juntos, tratando de protegernos en cualquier pequeña cueva o denso follaje que pudiéramos encontrar. Berta, su hermana Maribel y yo tuvimos la suerte de toparnos con los restos de lo que debió ser una pequeña cabaña de pastores o quizás un antiguo refugio de excursionistas. Entre las ruinas de tres paredes, la parte de techumbre que se mantenía sujeta y tres capas de agua anudadas, conseguimos ponernos a salvo del agua y el viento, manteniéndonos suficientemente secos y calientes a pesar de no poder sentarnos en el mojado suelo y tener que contentarnos con apoyarnos en las paredes.
Berta está muy nerviosa, apretada contra mí rechaza el cigarrillo que le ofrece su hermana, da grititos de puro nerviosismo, incluso de miedo, cuando suenan los truenos —la tormenta está casi encima de nosotros— y restalla el agua contra nuestro débil habitáculo bamboleada por el fuerte viento. ...