1. Un profesor, una alumna y un colegio católico – Parte 5


    Fecha: 28/12/2017, Categorías: Hetero Autor: Xander_racer2014, Fuente: SexoSinTabues

    ... transformándome en tierra fértil. Y yo que comencé todo este proceso pensando que sería yo el que la trasformaría a ella. Qué iluso!… fue siempre ella… fue siempre Cecilia el agente transformador del triste espectro que yo solía ser. Ella y solo ella, fue la artífice de toda mi felicidad. Lo que sí era posible más allá de cualquier fantasía, es lo que sucedía una vez que Cecilia trasponía el umbral de mi hogar y la puerta se cerraba. Siempre respetó su minuto de plazo para alcanzar su plena desnudez, como si se tratara del más estricto mandato religioso. Hasta ahora les he narrado sus generosas entregas al sexo, la humillación y hasta el mismísimo dolor, como parte del entrenamiento de una sumisa, el cual jamás rechazó, sino que siempre afrontó con valor y altísima dignidad. Hoy voy a referirme a su actividad BDSM preferida. Si bien todos los juegos son parte de un todo, mi Cecilia, por sobre todas cosas, ama el bondage. Halla en las ataduras el medio idóneo para su más pura y profunda expresión erótica. Cada esposa que sujeta sus muñecas y sus tobillos, cada trozo de cuerda que se ajusta a su piel, cada nudo que tensa su cuerpo, la someten a un grado de vulnerabilidad que la lleva a su mayor grado de excitación y a humedecerse con cada sensación que yo le proporciono. Había comprado uno de esos colchones masajeadores eléctricos y lo tendí sobre mi cama. Ella iba boca arriba sobre él. Brazos y piernas extendidos en X. Cada muñeca y cada tobillo con una esposa de cuero, ...
    ... ancladas a los extremos de la cama. La frágil piel blanca de Cecilia es fácil de marcarse, por lo que siempre que le aplico esposas, aunque sean suaves como esas de cuero, le hago usar medias y guantes. Me gusta cuidar la piel que después me voy a devorar a besos. Los anclajes tensan su dulce materia, manteniéndola inmóvil, tirante. Su espíritu es tan libre, que nada lo puede tensar. Un antifaz negro completamente cerrado venda sus ojos, sumiéndola en la oscuridad que solo su vivaz imaginación plena de erotismo, puede iluminar con colores más firmes que los que cualquier ojo hayan podido ver. Cuando está lista, dejo que una dulce música tántrica inunde el ambiente a bajo volumen, para que pueda escuchar también lo que yo le susurro. - Afloja tus músculos… deshazte de la tensión… entrégate a mí, Cecilia, y te llevaré de paseo por los confines de tus placeres soñados… La reacción de mi sumisa me hace pensar que tal vez yo pueda obrar cierta magia, porque al verla abandonarse a mis deseos, habiéndose puesto voluntariamente en aquella situación de indefensión, no puedo menos que maravillarme por tanta generosidad para brindarse incondicionalmente. Encendí el control del masajeador y de inmediato una placentera sonrisa se dibujó en sus carnosos labios, los de mi perdición, bajo aquellos antifaces que afirmaban su confianza en mí, como diciéndome: “No necesito ver ni saber… solo necesito que me lo hagas…” Había encendido algo más de una docena de velas. La luz eléctrica me parecía una ...
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