1. Dulces artesanales


    Fecha: 05/01/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: SexNonVerba, Fuente: CuentoRelatos

    ... lacerantes palabras de su madre; pero también por los reflejos de un orgasmo inconcluso y por el eco de la muerte que casi la sorprende. –Es el calor- Se mintió a sí misma para sobreponerse. Ya casi llegaba. Aquel rancho no tenía puerta. El vano estaba cubierto por una espesa cortina de cintas plásticas multicolores empalidecidas por la rigurosidad de los rayos solares. Al llegar, deslizó su mano blanca y delgada entre las pesadas cintas de la cortina para abrirse paso. Luego cruzó el umbral y entró.
    
    Fue como ingresar a una nueva dimensión. La diferencia de temperatura con el exterior era de, al menos, diez grados. Su piel recibió el aire fresco como un bálsamo. Mientras sus ojos se adaptaban a la nueva luminosidad, inhaló profundo para refrescar sus pulmones y un aroma intenso a fruta y caramelo la embriagó por completo. Tuvo la sensación de haber llegado a un oasis. Y lo que era mejor, estaba sola, sin su madre; por primera vez en sus interminables quince días de vacaciones podría descansar. No sintió culpa. Solo cabía aquella magnifica sensación de paz física y mental. Entonces se dejó deslumbrar por aquel almacén sencillo y, a la vez, extraordinariamente acogedor. Frente a la puerta había un mostrador de madera antiguo de unos tres metros de largo donde descansaban una calculadora con las teclas gastadas, un block de notas hecho con papel reciclado y un lápiz con la punta roma. Sobre la pared del fondo y de los laterales había cientos de frascos rotulados a mano, ...
    ... cuidadosamente exhibidos sobre cinco niveles de estantes. A la derecha del mostrador, colgando de la pared, había un pequeño letrero escrito a mano que anunciaba: 1 Dulce x $50, 3 Dulces por $120. Junto al cartel, otro vano sin puerta con una cortina de cintas de tela que daba hacia el interior de la morada. Estefanía intuyó que por allí se accedería a la cocina donde una viejecita estaría revolviendo su olla de barro con un gran cucharón de madera.
    
    Allí adentro, todos sus sentidos le devolvían calma. El sonido de las chicharras era apenas un murmullo lejano. Estefanía recorrió la estancia, revisando frasco por frasco, intentando hacer el menor ruido posible para no quebrar la magia de aquel lugar. Casi diez minutos tardó en advertir que todavía nadie había acudido a recibirla. Ni el encargado, ni un dependiente, ni la viejecita cocinera. Ya había leído los rótulos de una pared completa cuando aquel leve chirrido metálico la sacó del trance y la hizo tomar conciencia de su insólita soledad en aquel lugar extraño. Era un sonido casi inaudible, aunque ciertamente familiar. Hubiera apostado cualquier cosa a que provenía de los elásticos de un colchón. Su radar le indicaba que el origen de aquel vaivén se encontraba del otro lado de las cortinas de tela que separaba el almacén del resto de la casa. Podría haber golpeado las palmas o podría haber vociferado para reclamar asistencia, pero a Estefanía se le antojó profundamente irritante romper con la calma de aquel lugar. Entonces ...
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