1. Euterpe y Tauro (2)


    Fecha: 07/01/2018, Categorías: Bisexuales Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... Gaenva fue ya el delirio de lo incomprensible, pasó cuando un tipejo la mar de peculiar, por su menuda humanidad, esa gorrilla chulescamente cernida sobre una ceja, le ofreció uno de esos mantos tan vistosos en que los toreros se envolvían al hacer aquella especie de procesión, casi ritual, que acababa de presenciar. A ella, que la ahorcaran si entendía algo de todo eso, así que fue el empresario, traductor mediante, quien le explicó que uno de los toreros la distinguía entregándole ese manto para que lo colgara de la barandilla que tenía delante hasta que el festejo terminara. Y Elena, mujer al fin, se sintió íntimamente halagada por aquella deferencia para con ella
    
    Por el albero, el redondel cubierto de arena que era el ruedo, con la mirada buscó a quién así la homenajeaba, hasta que sus ojos se posaron en uno de aquellos hombres vestidos tan galanamente; al punto quedó más intrigada, pues esa persona le era sumamente familiar, pero fue incapaz de reconocerlo, ubicarlo en el lugar donde por vez primera se vieran, se cruzaran sus caminos en la vida. Sabía, estaba segura de haberla visto antes, mas no podía determinar cómo, dónde ni cuándo
    
    El clamor de los clarines volvió a hendir el aire al tiempo que los timbales repetían su sordo batir y el primer toro pisó la arena. Entonces, Elena Gaenva cesó en su interés por aquél ser misterioso para centrarlo en lo que sobre el redondel ocurría. En varas, cuando el picador le “pegó” lo suyo al animal, se estremeció; su ...
    ... sensibilidad de persona por entera ajena a la cultura netamente ibera de los adoradores del arte de Tauro, “Costillares”, Pedro Romero, y demás, se rebelaba a la visión de la sangre manando, chorreando, pata delantera abajo, hasta enrojecer la arena del redondel, rechazándolo; pero, al tiempo, su sangre ardiente, de eslava pura, vibraba ante la majeza de los lidiadores, al tiempo que su sentido artístico veía una belleza etérea, indefinida e indefinible, en los airosos vuelos de los capotes al torear los “maestros” en el “tercio de quites”
    
    Llegaron las banderillas y otra vez Elena sintió hasta nauseas al ver cómo los banderilleros clavaban los palitroques en lo alto del animal. Pasó lo de las banderillas y el espada en turno, el que abría cartel, brindó a la presidencia y comenzó su faena de muleta observada, absorta, por la bella rusa. Pero, al poco, el sonido de una voz, hablándole en francés, con retazos en castellano, vulgo “español”, la hizo temblar, subiéndosele al instante el corazón a la garganta
    
    —Buenas tardes, bella entre las bellas. ¡HASTA MAÑANA! Siempre estará DENTRO DE MÍ…
    
    —¡Dios mío! ¡Usted!...
    
    Sí; era Juan Gallardo. Y era torero; torero a pesar de todos los pesares; torero, a pesar de su entorno, familiar y social. Su padre, sin ser un antitaurino, tampoco sentía simpatía alguna por la fiesta, que lo cierto es que le aburría, pero es que, su madre, inglesa a carta cabal, sentía visceral aversión hacia algo que consideraba propio de gentes bárbaras, incultas ...
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