1. El precio de la infidelidad


    Fecha: 13/01/2018, Categorías: Gays Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... encima, despachándome a gusto contra su pelvis. Ella cerraba los ojos y se mordía la boca. No quería dejar escapar ningún gemido. Yo tenía sus pechos, todavía duros, entre mis manos. Seguí insistiendo hasta que ella cerró las piernas y me apresó contra su cuerpo. Entonces me derrumbé sobre ella. Fue un final vertiginoso y en verdad placentero.
    
    –Y tú, ¿llegaste? Te… –dije entre jadeos.
    
    –Sí –gimió–. Ha sido fantástico.
    
    Me besó una última vez antes de echarme a un lado como si fuera un peso muerto. Chorreaba sudor por todos sus poros; su cuerpo ardía como una estufa de hierro. Sus pechos seguían hinchados, tensos, y desafiantes. ¡Qué mujer! Me lanzó una sonrisa tímida, o pícara y fue a darse una ducha. El baño estaba dentro del dormitorio, en un cuarto aparte. Desde la cama podía ver como el agua se deslizaba por su espalda. El móvil volvió a sonar. Ya no tenía dudas de quien era.
    
    –¿Estabas ocupado? –habló Melisa, ¿quién si no?
    
    –Claro, cariño. ¡Tenía el arma cargada y estaba a punto de disparar!
    
    –Espero que no estés metido en uno de tus líos –Sonreí. No es que se preocupara por mí, sino que temía por el futuro de su hijo.
    
    –No, el lío ya se terminó, felizmente.
    
    –¿Estás con otra mujer?
    
    –Quieres decir, ahora mismo. Pues no. ¿Por qué lo preguntas?
    
    –Por nada. Por ese tono de voz cansino y ausente que solías emplear después de hacer el amor conmigo.
    
    –¡Qué perspicaz! Si fueras así con todo podrías abrir tu propia oficina de detectives –dije algo ...
    ... molesto; no podía dejar de controlarme ni estando divorciada–. Lo que pasa es que he resuelto un caso, que se me había complicado. Por cierto, ¿aún no te ha venido?
    
    –¡Pues no! –me atajó furiosa–. No llegó ni un céntimo. Por eso te llamaba. Y necesito el dinero ya mismo.
    
    –¿Hablas de la pensión? Yo me refería a la regla.
    
    –¡Ah! Eso. Falsa alarma. Me vino al día siguiente de llamarte.
    
    –Si ya lo sabía yo –solté unas risas–. Para dejarte preñada hacen falta meses de dedicación, a tiempo completo.
    
    –¿Hablas por experiencia, inútil? Tú no te olvides de la pensión… o tendré que hablar con el abogado.
    
    –Descuida. Mañana mismo ordenaré la trasferencia. Un beso.
    
    En ésta ocasión Melisa colgó antes de lo que hiciera yo. Eso era lo que más me gustaba de ella: su carácter fuerte y su disposición a aceptar los desafíos. Lo malo era que tenía muy mal perder. Aún podía recordar las escenas que me montaba cuando yo cedía a un orgasmo fácil, a los pocos minutos de empezar a retozar bajo las mantas. Se ponía como una furia, y me acusaba de falta de sensibilidad, y de hacerlo a propósito. De nada servía que le dijera que podía estimularla hasta hacerla enloquecer. Se encerraba en sí misma y me daba la espalda. Y me decía que no la tocara ni un pelo, o me echaría a patadas.
    
    Mientras divagaba, Estrella salió de la ducha con un albornoz blanco de algodón, sin cerrar. Venía oscilando sus dos grandes pechos, con las aureolas aún enrojecidas; las había mordido con gusto, pero sin dejarles ...