Jenny y Soledad
Fecha: 06/07/2017,
Categorías:
Gays
Autor: Dorsai, Fuente: CuentoRelatos
Aunque parezca increíble, lo que voy a contarles me sucedió cuando tenía veintidós años.
En esa época estudiaba en la universidad, era flaco y había terminado con mi enamorada. En realidad, fue ella la que terminó conmigo, por mujeriego. Me descubrió besando a una de sus amigas. Nuestra relación quedó ahí entre gritos, llantos y arrepentimientos.
Ya tenía dos meses en los que sólo me masturbaba (aunque me gusta hacerlo hasta ahora, en ese momento ya estaba cansado, necesitaba de una mujer). Mis padres estaban fuera por el fin de semana y yo me acababa de despertar.
Como es bastante común en las mañanas, me levanté con una deliciosa erección. Mi primera reacción fue corrérmela. Aún entre las sábanas, con el sol del verano entrando a través de las cortinas abiertas empecé a jugar con mis bolas y mi pene, subiendo y bajando lentamente la mano, prolongando las sensaciones, acariciando mis testículos y perineo.
Pero a los pocos minutos ya estaba aburrido. Era más de lo mismo. No era suficiente el sentir como leche subía por la uretra en agónicos espasmos y ya no disfrutaba las contracciones de mis músculos cuando el semen era arrojado a mi pecho. Es decir, si me aliviaba pero no me satisfacía.
Me levanté irritado y decidí estar desnudo por la casa. Vi el reloj, eran las diez de la mañana me duche con agua fría, me sequé y fui a desayunar a la cocina.
Andaba entre el fastidio y la excitación. Mientras me preparaba un café jugaba con mi pene. Manteniéndolo erecto ...
... en todo momento. Sorbía de la taza y con la mano izquierda cogía mi pene y lo meneaba con cierto desgano. Lo mantuve así por un buen rato, mientras limpiaba la cocina. A través de las ventanas veía el caluroso día de verano que había tocado. El jardín trasero estaba iluminado y me llamaba a tirarme desnudo a broncearme. Dejé todo ordenado, subí a mi cuarto, me puse una bata encima, tomé mis cigarrillos y pensé en pasar el resto de la mañana tirado en el jardín.
Cuando vuelvo al primer piso suena el timbre de la calle. Me detuve entre sorprendido y avergonzado por que no esperaba eso, guardé los cigarrillos en el bolsillo de la bata y me acerque a la mirilla de la puerta.
Dos mujeres estaban afuera, una mayor, de casi cuarenta años y una más joven, quizás dieciocho. Mi pene se puso duro en ese momento, cerré la bata escondiéndolo de la mejor manera y abrí la puerta.
- Señor – dijo la menor - ¿Usted sabe que el fin de los tiempos se acerca?, ¿ha escuchado la palabra de nuestro señor Jesús?
Mientras ella hablaba las comparé. Ambas tenían la misma altura pero la mayor llevaba el cabello rubio de trazas negras recogido en una coleta. De rostro redondo se había quedado con la boca abierta cuando me vio salir. La menor hablaba de memoria, sin verme, llevaba también el pelo recogido en una coleta pero era de color negro azabache, de piel morena, labios carnosos y grandes ojos. Ambas llevaban largas faldas negras que las cubrían hasta un poco por encima de los tobillos y ...