1. Sombras de un diario


    Fecha: 27/01/2018, Categorías: Hetero Autor: Esteban Jonás, Fuente: CuentoRelatos

    ... luego del primer disparo. Mi única ventaja era, que la entrada admitía espacio para una sola persona a la vez, al igual que la escalerilla. Eso me daría un instante para recargar y, mi radio de tiro era seguro, no podía fallar.
    
    Grandes gotas de sudor recorrieron mi frente. El sol estaba inclemente, lo sabía por el brillo, más no sentía su calor por toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo. [RUIDOS MUY CERCA] Me tensé, intenté calmar mi respiración. Si llegaba a sentir movimientos en la escalerilla, todo sería cuestión de segundos, con suerte minutos. Mi respiración era intensa.
    
    No subieron, dejé de sentir el sonido que hacían con sus pasos desesperados, produciendo un pequeño eco con sus talones contra el piso.
    
    Aun así, esperé un poco más en el mismo lugar, sin dejar de apuntar hacia abajo. Pude relajarme un poco cuando ya no sentí a Pelusa chillar. Tomé el tobo de hierro y me senté sobre él. Bebí el poco de agua que había dejado en la botella; pero seguía estando cerca de la puerta. Después decidí echar un vistazo hacia abajo, me arrastré de igual manera como lo hice hace instantes. No los vi más, al menos por ahora. Mi respiración se había normalizado.
    
    **
    
    Luego de este trance que pasé, me dispuse a preparar todo para comer, hervir agua y hacer una pequeña carpa…bueno, no creo que se deba llamar carpa a lo que hice. Gracias a las ruinas de un tanque de concreto que está arriba del edificio, pude extender mi cobija entre dos paredes perpendiculares entre sí, ...
    ... formando así un techo.
    
    Dentro de estas ruinas, coloqué el colchón que encontré, extendí mi sábana sobre éste y me refugié del sol. La altura de estas dos paredes era de aproximadamente 1,60 metros, y yo mido 1,90 metros, así que tenía que mantenerme sentado en el colchón o en el tobo que había tomado como silla.
    
    Cerca de las ruinas de este tanque había grandes pedazos de pared, como si alguien hubiese derrumbado la estructura con mandarria. Con eso trozos de concreto fue que pude sostener la cobija que me servía de techo, y también tomé tres estos pedazos para hacerme un pequeño fogón, así que corté trozos de madera de la mesita de noche para usarlos como leña, y me dediqué a hervir agua para potabilizarla.
    
    Cuando el sol ya se estaba poniendo, aproveché algo de esa agua hirviendo y coloqué la lata de caraotas en la olla, se calentó con “baño de maría”. Apagué rápidamente mi pequeño fogón antes que la noche llegase por completo. No quería ser la antorcha olímpica desde la azotea de un edificio en pleno apocalipsis.
    
    Abrí la lata con mi cuchillo, y la sostuve con mi pedazo de lienzo para no quemarme (uso el lienzo como filtro de agua). Cuando la lata estaba abierta, un humeante aroma a caraotas penetró por completo todos mis sentidos, me transporté a aquellos días cuando mi madre nos preparaba pabellón, mis ojos se aguaron, no lo pude evitar. Gracias a los leves chillidos de Pelusa por querer comer, es que pude salir de mi profunda nostalgia.
    
    Serví la mitad del ...
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