1. De cómo los temblores de tierra me unieron a mi hermana


    Fecha: 30/03/2018, Categorías: Gays Autor: cifrada regalo, Fuente: CuentoRelatos

    Hacía tiempo que no vivía con mis padres y no era mi pretensión regresar con ellos como el hijo derrotado, entonces acudí a mi hermana para solicitar asilo en su casa. Le pedí encarecidamente que no contara nada, y dejé en claro que aquella situación era sólo temporal, a lo cual mi hermana sólo me contestó que podía quedarme con ella todo el tiempo que quisiera.
    
    Por las mañanas mi hermana se dirigía a su trabajo y yo me dedicaba a buscar uno. Al cabo de un mes no lograba encontrar nada que me satisficiera y me estaba llenando de pena porque muchos de mis gastos ella los cubría. La ropa que vestía, la comida que saboreaba, y la renta de donde dormía, todo corría por cuenta de ella y no sabía ni donde esconder la cara ni cómo hacer para pagarle el tremendo favor. Ella, a modo de tranquilizarme, me decía que le gustaba mucho que yo estuviera a su lado, porque tener una compañía como la mía no se pagaba con nada. Aun así, mi sentimiento de culpa no disminuía en absoluto.
    
    Y fue en eso de estar buscando y no encontrar nada que un martes, lo recuerdo bien, caminaba por la calle y sucedió algo anonadante. En el andar sobre la acera, totalmente abstraído en mis asuntos y a unos pasos del edificio donde vivía, sentí un mareo que me obligó a recargarme sobre la pared de la construcción que estaba a mi costado. Como pude recobré la calma y un señor al que yo no conocía me tomó del hombro y me dijo «Muchacho, ¡está temblando!» Entonces mi pensamiento se trasladó inmediatamente a mi ...
    ... hermana porque yo sabía que le daban mucho miedo los sismos.
    
    El señor y yo caminamos hacia el centro de la calle, asegurándonos de que no pasara carro alguno. Mientras llegábamos ahí e intentábamos mantenernos en pie, las sacudidas arreciaron un poco más hasta el punto en que, por un segundo de nada, sentí que el piso me tumbaba junto con el señor, a lo cual él gritaba «¡Dios mío, es un terremoto!» Permanecimos a la deriva de un mar incesante durante veinte segundos, hasta que casi de la nada las grandes sacudidas se transformaron en pequeñas idas y venidas ante las cuales el cableado eléctrico ya no se balanceaba tan locamente, ni los árboles agitaban tan embravecidamente sus ramas, las que nunca antes me habían importado.
    
    A los segundos de eso, todavía sin entender lo que ocurría, inició la réplica del primer movimiento y nuevamente el piso nos meció aunque no con la misma intensidad que al principio. Tenía ganas de correr a rescatar a mi hermana de donde estuviera, deseaba volar para abrazarla y decirle que todo había cesado, pero lo más que logré fue tomar el teléfono de mi bolsillo izquierdo y comenzar a marcar su número. Mis dedos temblorosos del nerviosismo se equivocaron y tuve que repetir la numeración, y el señor con el que me tocó soportar el sismo se había hecho a un lado para platicar con otras personas que sí conocía.
    
    Tras muchos intentos fallidos, finalmente escuché el tono de la llamada entrante. A los cinco segundos contestó una persona que no era mi ...
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