«ÉL»
Fecha: 26/04/2018,
Categorías:
Masturbación
Autor: Yolinda, Fuente: SexoSinTabues
... copa de vino a sus labios de fresa, en mi imaginación veía culminar su dulce promesa. Ella sonreía con picardía y jugueteaba con su colgante. Mis ojos resbalaban por el profundo abismo, tan hipnótico como inhóspito, que se abría entre sus turgentes pechos. Y ya los saboreaba. Tras la cena, nos acomodamos en el sofá. Los tres. Durante la velada, el ambiente se había ido caldeando. A esas alturas, la tensión sexual ya se podía palpar. Nuestra piel ardía, las miradas se encendían, los labios se humedecían, la sed acuciaba; el deseo lo engullía todo y sólo quedaba el exigente torbellino de los sentidos. Ella decidió que había llegado el momento y me pidió que le bajara la cremallera. Centímetro a centímetro fue abriéndose su vestido, dejando a la vista su piel desnuda. Al fin, alcancé las nalgas, donde la cremallera terminaba, y se las acaricié por un momento. Con un sensual movimiento dejó que el vestido resbalara por su cuerpo. Toda la luz de la habitación se concentró, avariciosa, sobre la espléndida desnudez de la mujer. Sin más preámbulos, montó sobre nuestro dispuesto invitado, que ya estaba preparado. Comenzó a gemir mientras aumentaba el ritmo y galopaba, ensartándose cual intrépida y desinhibida amazona. Mi mirada la recorría con adoración, pues su belleza se me antojaba la de una diosa griega. Pero aún mayor era mi sentimiento de satisfacción, sabiendo que era mía. mi compañera, mi amada, mi amante, mi niña. Mía. Ella continuaba cabalgando como gloriosa lady Godiva, ...
... mientras con una de sus manos se estimulaba el clítoris. Jadeaba, parecía que la montura se desbocaba, pero no. Aún no. Y seguía, seguía dominándolo entre la presa de sus piernas. De repente, reparé en que yo mismo jadeaba, intentando seguir su frenético ritmo. Me derramé en mi propia mano mientras continuaba observándoles, completamente extasiado. La mañana siguiente se nos pegaron las sábanas. Debía levantarme pronto para llegar puntual al trabajo, pero me demoré un rato más. Me resistía a abandonar la calidez del lecho y de sus tiernos abrazos. donde, estaba seguro, un hombre podría morir feliz. Saboreé el néctar de aquella jugosa fruta que, palpitante y madura, ella me ofreció. Con cada uno de sus suspiros, yo sentía que se entreabrían más las puertas del Edén. Y, en efecto, se abrieron para mí. Acaricié con deleite los suaves pétalos de las flores y bebí en el estanque de ese angelical jardín. Debía de haberme sentido saciado (como así había sido hasta entonces), sin embargo. —Cada día estoy más viejo —le dije después— y tú más arrebatadora. No es justo. —¡No seas tonto! —ella soltó una carcajada y me arreó un codazo—. Me gustas así. —¿No te importa que, cuando nos ven juntos, me confundan con tu padre? —¡Eso es lo que más me gusta! —volvió a reír, pero calló en cuanto vio mi expresión- Cariño, ¿por qué te preocupas ahora por eso? Estoy contigo. Te quiero. —Debe ser la crisis de los cincuenta. —me besó— . y que últimamente se me cae mucho el pelo. —Uhmmm. me vuelven loca ...