La última cena de la luna
Fecha: 14/12/2021,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... se inmuto y como respuesta solo obtuvo silencio.
Había sido en una navidad, varios años atrás, durante una cena justo como la que celebraba esa noche cuando él, siendo apenas un joven libertino en ciernes, se topó con la más hermosa criatura que la vida le hubiese podido poner en frente. Su andar por el mundo del placer inmoral, deambulando de fiesta en fiesta sátira donde gustaba de sesionar con extrañas y desconocidos a la vez, puliendo con ellos «en ellos, en su piel» sus habilidades con la fusta, el fuete, el látigo, la cera, las cuerdas, la humillación, la sisificación, el emputecimiento pleno, encontró su cúspide al encontrarla a ella.
La «Cena de la Luna de Diciembre» era El evento, marcaba el fin del año de orgías, azotinas y cuanto ritual lascivo podía gestarse en la mente de los habitantes de la Ciudad de los Palacios y él había sido invitado ni más ni menos que por una de sus anfitrionas.
—¡No encontrarán hembras más dispuestas a ustedes, ni hombres más entregados ni complacientes, de los que pondremos esta noche a sus píes!—exclamó una mujer de trenzas largas recogidas en chongo que usaba solo unas pezoneras y que blandía un enorme dildo negro sujeto a un arnés de cuero, con el que más tarde le haría pegging a algún hombre disponible.
—¡Hoy todo es permitido! —gritó un desconocido y la multitud reunida respondió con un alharaca.
Esa noche desfilaron sumisos y sumisas por doquier, Amos y Dominas los usaron como estaba escrito en las viejas ordenanzas ...
... y bajo los protocolos más suntuosos.
Un hombre yacía suspendido con cuerdas de cañamo mientras era sodomizado, varias chicas servían de receptáculos del semen de los varones que, antes de sentarse a la mesa, pasaban a eyacularles en la cara, pechos, vientre y boca, la servidumbre iba desnuda, solo usando medias y tacones, con sus genitales expuestos, así fuesen mujeres u hombres, libres de ser usados. En medio de la mesa, otra chica hacía las veces de candelabro con velas en sus senos que escurrían cera sobre su cuerpo cubriéndole de a poco. Era un deleite para los sentidos, un ensamble meticulosamente diseñado para provocar; empero, en un rincón casi aislada de todo aquel aquelarre estaba ella: temblorosa, excitada sí, pero temerosa de ser usada. Una muñeca de piel canela y cabello largo, ojos grandes color avellana, caderas amplias que le dibujaban una muy sensual figura; sostenía una charola plateada grande, con copas de vino espumoso, blanco y tinto. Cada que pasaba un hombre o mujer y cogía una copa, la manoseaba a placer, ella se ponía roja y agachaba la cabeza, las piernas le temblaban y los pezones se endurecían, la humedad brotaba y ella simplemente agradecía por el hecho de ser usada. Estaba ahí, en la entrada del gran comedor, del otro lado de la sala, justo en el sitio de donde el hombre de rostro demacrado no separaba la mirada.
Se acercó, la miró con total descaro, tan impúdico como le permitió su retorcida mente, el tiempo dejó de importar cuando él posó ...