El dolor de una viuda
Fecha: 04/01/2022,
Categorías:
Hetero
Autor: jose torrens, Fuente: CuentoRelatos
Doña Elsa hacía esfuerzos para recordar el tiempo que tendría su humedal sin recibir el afluente que rociaba su reseca y desolada cuenca. La presencia de Alberto, el apuesto y joven doctor que examinaba su vientre, había despertado el durmiente deseo que otrora le había acompañado en su juvenil y sombrío pasado. Desde la muerte de su esposo, se encerró herméticamente en un armario de cedro macizo, infranqueable e inviolable por todas las cosas mundanas que le rodeaban. Habían pasado veinte largos años desde la trágica e inesperada partida de su compañero de vida.
Con sus cuarenta años, dedicados casi exclusivamente al sufrimiento, la temerosa dama, tendida sobre aquella camilla fría e inanimada, trataba afanosamente de desviar sus pensamientos de aquella sedosa mano que la auscultaba con absoluta devoción profesional.
A pesar de sus años y de los golpes recibidos por la vida, se conservaba excelentemente bien. Cuando caminaba, no era ajena a las miradas furtivas que traspasaban sus vestimentas negras al trasladarse día tras día a su trabajo. De tanto subir escaleras y de mucho trajinar por los salones de la biblioteca donde laboraba, sus refinadas piernas se labraban y fortalecían cual obra maestra esculpida por los buriles de un ebanista diestro y esmerado. A pesar de su viudez bien llevada y cumpliendo los mandamientos más estrictos del celibato, Elsa lucía como una diosa rociada con los aceites más exóticos del ajuar de una reina. Apenas había conocido los ...
... placeres carnales, a tan solo días de su unión conyugal, tras lo cual llegó libre de los pecados carnales, su reciente compañero fue víctima de un accidente que lo separó drásticamente de su compañía.
Su abuela y su madre, mentoras y criadas bajo los más estrictos mandamientos religiosos, vigilaban diariamente su transitar por la viudez. Lo más valioso de una dama es su honor y su fidelidad al recuerdo de su finado esposo, le repetían a cada instante.
Elsa sintió el frio del instrumento que recorría su abdomen y percibió en su entrepierna una descarga eléctrica inusual. Estaba nerviosa, descompuesta. Lo que sus sentidos expresaban era nuevo para ella. Sintió su corazón acelerarse a un ritmo indescriptible. ¡Qué vergüenza! Pensó. Imaginar que el joven galeno pudiera detectar su perceptible arritmia, le producía un rubor que quemaba sus blancas mejillas. El estetoscopio se posaba indistintamente en su sonrojada piel, cual araña que pasea distraída por su red. La mano del doctor hundía sus fuertes dedos con destreza, pero también con movimientos circulares que asemejaban bailarines danzando sobre una alfombra hambrienta de ser hurgada. Respiró sutilmente cuando el galeno le preguntó distraídamente: ¿Dígame donde le duele más?
La realidad era que ya no sentía dolor alguno. Los movimientos de aquella mano y la presencia cercana de aquel guapo médico, alejaron drásticamente la molestia que la habían hecho acudir a la consulta.
Tuvo que mentir. Colocó su mano debajo de sus ...