1. El dolor de una viuda


    Fecha: 04/01/2022, Categorías: Hetero Autor: jose torrens, Fuente: CuentoRelatos

    ... erguidas pirámides y le indicó que ahí era donde sentía el malestar.
    
    Alberto, con un movimiento sutil pero preciso, colocó su mano a escasos centímetros de sus delicados melones y le preguntó: ¿Ahí, duele?
    
    Siguió mintiendo. La proximidad de aquella presión bajo sus senos, detonó un sinfín de sensaciones que eran imposibles de controlar.
    
    Si, ahí doctor, ahí.
    
    El médico retiró su mano y caminó a su armario de instrumentos y tomó una tolla blanca desechable y la extendió a su hermosa y alterada paciente.
    
    Tomé, por favor, retire su brasier y colóquese esta toalla encima – le dijo.
    
    Elsa sostuvo entre sus manos aquel papel transparente y arropó sus firmes y desafiantes promontorios luego de haberlos expuesto sin que el doctor pudiera verlos. Se recostó nuevamente sobre la camilla a la espera del próximo paso del joven médico.
    
    Me preocupa ese dolor, señora. Voy a revisarla con detenimiento, ojalá no sea lo que estoy pensando- exclamó.
    
    Que imprudencia. Hacerle perder el tiempo a este joven por la curiosidad y el deseo impropio de ser hurgada. Sintió el impulso de decirle que el dolor se había ido pero más pudieron sus hormonas y le permitió seguir tocando.
    
    Déjeme tocar aquí. Respire hondo y mantenga el aire en sus pulmones-prosiguió el doctor.
    
    Elsa sintió cuando el joven acercó su mano tibia a los pies de sus vulnerables montañas y con el aire retenido en su diafragma exclamó un gemido de placer. ¡Dios mío! Ojalá crea que es dolor lo que siento- ...
    ... pensó.
    
    ¿Le duele? Preguntó el joven galeno.
    
    Si, si, ahí.
    
    Las manos del joven siguieron auscultando aquellas laderas donde se erigían las dos montañas cubiertas por una capa blanca de nieve a punto de caer como una avalancha producida por una explosión.
    
    Elsa tomó su mano y la guio cual alpinista decidido a conquistar la más alta de las montañas. El rostro del doctor se sonrojó al mirar aquel espectáculo invernal, se dejó llevar por el hábil sherpa que le acompañaba en la conquista de la cima de tan voluptuosos picos.
    
    ¡Ahí, doctor, ahí. Si. Me duele mucho doctor! Exclamó.
    
    Elsa, Agarró con mayor fuerza aquella mano exploradora que se dejaba guiar a su cúspide abotonada. Ya no pensaba. Su conducta era producto de años reprimidos. El contacto con aquellos dedos, desbordaba toda conciencia para ella conocida. Cuando sus botones, a punto de explotar, fueron tocados por los dedos de Alberto, el entramado de conexiones nerviosas que electrificaban su exquisito cuerpo, se activaron en una danza de innumerables destellos que recorrieron cada centímetro de su vulnerable humanidad. Con cada espasmo incontrolado, le exigía más fuerza a los apretones que se infringía con la mano del joven y que ella misma arrastraba hasta sus reductos.
    
    El doctor, ante tan sorpresivo espectáculo, sentía que su ajustado pantalón ya no estaba preparado para contener su abultado miembro. Con la otra mano desató su hebilla y destrabó el botón de su prenda y dejó un poco de libertad a su bien dotado ...
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