El dolor de una viuda
Fecha: 04/01/2022,
Categorías:
Hetero
Autor: jose torrens, Fuente: CuentoRelatos
... dispuesto a derrumbar sin preámbulos la puerta de su húmeda morada. Estando arriba, al menos tendría la ventaja de poder administrar los embates de aquel portento. Pensó. Instintivamente, arqueó su cintura y colocó el melocotón que coronaba el mástil de aquel velero apetecido, en la entrada de su carnosa gruta. Sintió una descarga que invitaba a la emancipación de sus glamorosos dominios.
Suave, por favor, suave. Dijo sollozando
¿Si quieres nos limitamos a frotar nuestros genitales? Insinuó sin mucha convicción el joven doctor.
No, no, por favor. Siento dolor, pero no abandonemos esta batalla. Empuja suavemente, así, así. Susurraba la viuda.
El miembro desproporcional y humedecido de Alberto, ganaba terreno a cada movimiento rítmico de Elsa. El cuerpo de la espectacular paciente, lloraba y rociaba con sus lágrimas el pecho del desquiciado y novel doctor. Ver el rostro de la viuda implorando piedad y a su vez castigo, hacían bombear cantidades ingentes de sangre al miembro libertario de Alberto.
Elsa pensó que ya había ganado la batalla, al sentir que el mazó del galeno la fustigaba y por un momento creyó que ya lo tendría todo dentro de sus entrañas. Se animó ante tal perspectiva y se movió a un ritmo enervante que jamás había experimentado. Sentirse ensartada por aquel poderoso volcán, desinhibió todos sus sentidos y el dolor desapareció convirtiéndose en un placer inefable que nunca habría podido imaginar.
Alberto arreciaba en sus ataques. Su miembro ...
... hendido hasta la mitad de su presa, luchaba por ganar espacios dentro de aquella estrecha y húmeda trinchera. Siguió empujando y ganando terreno. Elsa no podía creer que aún no había albergado todo su trofeo. Entre el deseo y el miedo ante lo que presentía que faltaba, se armó de valor y le susurró que la penetrara hasta el final. No sabía si lo que imploraba era por arrojo o por la imperiosa necesidad de ser empalmada hasta lo más recóndito de sus entrañas. Al sentir el choque de la pelvis del doctor contra la suya, ahí, en ese momento, se convenció que había dominado a la bestia. Su ritmo aumentó con ímpetu y se entregó a los placeres que le prodigaba aquel mágico músculo que hacía mucho tiempo no sentía.
El doctor se acopló fácilmente en aquella hambrienta y apretada jungla del deseo. Los dos se sincronizaron en una danza que se asemejaba a un ritual de juegos del placer. El miembro de Alberto se adentraba hasta los confines de la hembra dominada, y esta lo retenía con el entusiasmo de quien no quiere ser abandonada en un mar infestado por hambrientos tiburones. Así siguieron. Elsa sintió que desmallaba y un torrente de centellas recorrió su cuerpo ante la llegada del final nunca antes sentido. En ese mismo instante, Alberto no pudo contenerse más y dejó que su torrente de miel lechosa inundara el ánfora sagrada de aquel ángel que se había presentado en su consulta.
Sudorosos los dos, escucharon el llamado a la puerta de su secretaría que les decía con voz imperante: ...