Venganza consumada y angustia resuelta
Fecha: 25/01/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: suruminga, Fuente: CuentoRelatos
... encuentro?”
A esa pregunta sorpresiva le correspondió una respuesta vacilante y dubitativa, que me cayó como un balde de agua helada, y mi estado de ánimo se reflejó en una sonrisa a todas luces forzada.
- “… Bien, por qué esa expresión?”
- “Porque siento que te perdí”.
- “Cómo me vas a decir eso justo que vengo con ganas de que hagamos el amor”.
- “Te agradezco la buena disposición pero tengo la sensación de que ya no somos matrimonio. Por supuesto, debo reconocer, que es sólo un sentir. De ninguna manera supone una certeza. Espero que esta angustia no tenga asidero real y que los días venideros confirmen mi error. Hasta más tarde”.
Me di vuelta como para dormir, sabiendo que difícilmente lo lograría.
Naturalmente, en los días siguientes, concentré mi atención buscando cualquier indicio que denotara infidelidad por su parte.
Si bien hubo un leve incremento de salidas con amigas y regresos más allá del horario habitual de trabajo, nada resultaba concluyente, hasta que un sábado, respondiendo el teléfono, la escuché decir:
- “No te basta lo que hacemos en el trabajo que necesitás llamarme durante el fin de semana?”
Esa tarde lo vi a mi hermano, le expuse la situación y mi necesidad de dilucidar cuanto antes esta cuestión tristísima. Hasta que terminara yo no asumiría ninguna responsabilidad en el negocio común.
Mi tarea de encontrar la manera que empleaban para mantener esos encuentros me llevó algo más de quince días. Uno de lugares de reunión ...
... era la casa de José, pues su esposa pasaba largos períodos cuidando a su madre enferma. Nunca llegaban juntos, generalmente era Ana quien aparecía antes y entraba por la puerta ubicada al lado del portón para vehículos. Al rato ingresaba él por la puerta principal. Alrededor de una hora después se retiraba ella, por donde había entrado, y esta rutina se repetía entre una y tres veces por semana.
Habiendo resuelto cómo llevar a cabo mi venganza, solo me quedaba conseguir la forma de saber, con algo de antelación, el momento elegido por ellos. Para eso recurrí a una señora, que trabajaba en la misma empresa que Ana, y con la que trabamos amistad a lo largo de estos años. Me animé por ser ella una persona íntegra, con la que me unía un respetuoso y sincero afecto. Cuando le expuse llanamente mi problema, ella me respondió que en el trabajo todos lo sabían y que lamentaba mi dolor, aceptando de inmediato ayudarme.
Su aviso me llegaba cada vez que Ana salía y yo, disfrazado de anciano indigente, me sentaba en la verja al lado del ingreso habitual. Tres veces esperé en vano, la cuarta hubo suerte.
Esperé a verla insertar la llave para, de dos zancadas, ubicarme a su espalda y, apenas abrió la puerta, la empujé hacia adentro, cerrando a mis espaldas.
- “¡Sorpresa!”
La palidez de su cara era evidencia suficiente de estar sorprendida y no gratamente. Obviamente las palabras estaban de sobra, así que la tomé del pelo arriba de la nuca para hacerla caer de espaldas.
- ...