Sabor Salado
Fecha: 04/04/2022,
Categorías:
Fetichismo
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... mentalmente probarlo de alguna manera la siguiente vez que montara un trio con Amparo. Estaba acostumbrada a comerle el coño y sus flujos sí que tenían un aroma y gusto que sencillamente me enloquecían. Sí, tenía que probarlo como fuera.
Nuestro siguiente paso fue realizar prácticas similares en público. Comenzó con un tonto desafío de Miguel mientras andábamos por la calle, en plan “a que no te atreves”. Me faltó tiempo para entrar en la primera heladería que vi, compré una tarrina mediana y arrastré a Miguel a un callejón por el que no pasaba nadie. Mientras yo vigilaba, se masturbó frenéticamente en un portal y con toda la puntería que pudo cubrió la parte superior de la tarrina con su semilla. Después nos sentamos en un banco en una de las avenidas principales y allí, lentamente y a la vista de todo el mundo, con Miguel mirándome de una manera que todavía me excitó más, degusté lenta y placenteramente de aquel manjar. Pequeñas cucharaditas que engullía mientras le miraba a los ojos sonriendo, sacando la punta de la lengua para recoger un poco de su esperma y luego relamiéndome. La gente pasaba arriba y abajo y yo allí estaba, disfrutando como una perra y sintiéndome otra vez la mujer más guarra y pervertida de todas. Como siempre, volví a ponerme a cien.
Después de esto, casi se convirtió en rutina cuando salíamos. A veces un pastel, otras un helado, en ocasiones un brownie o incluso magdalena. Miguel se pajeaba o yo lo masturbaba diligentemente en cualquier ...
... portal oscuro o en un rincón del parque, y luego volvíamos al banquito de la primera vez o paseábamos mirando escaparates mientras comía distraída lo que preparábamos entre los dos. Era siempre una auténtica delicia, algo realmente adictivo. Más de una vez pude ver que alguna de las personas que pasaban más cerca se percataban de lo que era realmente aquello que recubría mi dulce, y solo podía sonreírles ante su mirada asombrada, divertida al contemplar como despistados por la visión solían acabar tropezando con otra persona o parte del mobiliario urbano, preguntándose si aquello que acababan de ver podía ser verdad: una jovencita de apenas veinte años relamiendo en medio de la calle un pastelillo cubierto de esperma como si fuera el manjar más sublime de la historia de la humanidad. Que era exactamente lo que a mi me parecía.
Miguel fue también el gran beneficiado. Además de disfrutar como un cerdo viendo a la guarra de su novia relamiéndose con su semen en público casi cada día, solía ponerse cachondo como un verraco. Muchas veces acabábamos el paseo a mitad y me arrastraba sin miramiento hacia casa. Allí, en el suelo del recibidor o sobre la mesa del comedor me bajaba los pantalones y rompía las bragas, penetrándome sin miramiento alguno de forma salvaje por cualquiera de mis orificios. Cosa que no me molestaba nada porque, como ya he dicho, llegaba más que lubricada y preparada a casa. Y como apenas hacía un rato que había descargado, ello le permitía durar más en aquellas ...