1. El polígrafo sexual


    Fecha: 11/04/2022, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: NoeliaMedina, Fuente: CuentoRelatos

    ... respondió:
    
    —Sí. Pero me gusta más cuando es otra boca la que me da a probar mi propio sabor.
    
    Satisfecha y perdiendo la vergüenza, lo miró sin reparos, primero a él, y después a su polla que, ahora sí, se mostraba dura y en todo su esplendor dentro del uniforme.
    
    Se frotó los muslos de manera inconsciente al moverse sobre la silla, intentando aliviar la quemazón que sentía entre ellos.
    
    Estaba excitada. Sí. Ya no tenía dudas.
    
    Las malditas preguntas, o el maldito juego que habían creado por seguir el rollo a la estúpida idea de Garrido, se le estaba yendo de las manos. De hecho le sudaban y ansiaban bajar la cremallera de su interrogador para agarrar lo que allí se encontrara. Duro, seguro. Porque desde su posición, sentada en aquella silla, pudo comprobar perfectamente como la polla había ganado tamaño y consistencia. Delante de ella. Llamándola.
    
    —Me toca. Quítame estos cables, por favor.
    
    Daniel asintió, se acercó y empezó por los dedos.
    
    —Te sudan las manos.
    
    —A ti se te ha puesto dura y no digo nada. Venga, termina, que es mi turno.
    
    Garrido notó cierto pudor por su cuerpo. Pudor que duró lo mismo que dura caerse una estrella, y, posteriormente, se transformó en excitación.
    
    —No te muevas, voy a desabrochar los sensores del pecho.
    
    Lo cierto es que lo hizo con mucha delicadeza, intentando no parecer grosero.
    
    «A estas alturas, va a resultar que es un caballero», pensó Lara mientras le rozaba un pecho con el lateral de la mano. Y le gustó. Notó ...
    ... cómo el pezón cubierto por el sujetador se endurecía.
    
    Se levantó con rapidez y Daniel ocupó su puesto.
    
    —¿No me ayudas con los cables? —le preguntó, burlón.
    
    —Claro que no.
    
    —Eh, yo te he ayudado a ti.
    
    —Nadie te lo ha pedido —le recordó.
    
    Mientras su compañero terminaba de situar los cables, ella se sentó frente a él. Demasiado nerviosa y descolocada se sentía como para aguantar su peso sobre las piernas.
    
    —Vale, comenzamos. ¿Tu nombre es Daniel Garrido?
    
    —Sí.
    
    La luz verde funcionó correctamente.
    
    —¿Te consideras un estúpido amargado? —intentó bromear, pero para su sorpresa, Daniel respondió afirmativamente y la luz verde apareció. Ninguno dijo nada. Ella estaba sorprendida de su sinceridad y él también.
    
    —Tus preguntas de cortesía me aburren, rubia —añadió con rapidez para alejar el halo de preocupación que se había instalado en el rostro claro. Le gustaba más la poli cañera que la afligida—. ¿No vas a preguntarme si llevo los calzoncillos puestos?
    
    Lara sonrió, más relajada.
    
    —Para qué, si ya he comprobado que la tela retiene a la bestia. Yo no gasto mis preguntas en tonterías. Continúo: ¿es cierto que estás casado?
    
    Esta vez, el agente dudó. No le había preguntado si lo estaba; lo daba por hecho. Sabía que en la comisaría hablaban de él y de su matrimonio, pero no era momento de pensar en eso. No quería que aquel instante caliente se esfumara.
    
    —Sí, estoy casado.
    
    Según la máquina, era verdad.
    
    —¿Y no te sientes mal preguntándole a tu ...
«12...789...»