Cuckold (3): La vecina de enfrente
Fecha: 17/05/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
Marcela era una mina inalcanzable. Y no lo digo sólo por lo buena que estaba. Había ciertas cualidades en ella que la hacían inconquistable. Tenía aires de grandeza. Solía mirar a los demás con cierto desdén. Y siempre se mostraba inescrutable. Además me llevaba unos cuantos años, por no decir muchos.
La verdad que no la culpaba. Ser una mina joven y linda, en un barrio típico del conurbano, que a veces parecía estancado varias décadas en el pasado, era complicado. Los tipos ven un lindo culo y ya se quieren pasar de vivos. Y el de Marcela no era un culo lindo. Era un culo perfecto. Por eso yo siempre entendí su actitud, un tanto altanera, siempre manteniendo la distancia, y nunca dando más confianza de la absolutamente necesaria a los vecinos.
Yo vivía frente a su casa, y desde chico tuve la suerte de verla todos los días. Era muy sofisticada en comparación a las otras amas de casa del barrio. Usaba siempre anteojos de sol y se perfumaba de tal manera, que dejaba una estela deliciosa por todos los lugares por donde pasaba.
Se podría decir que crecí anhelando a esa mujer. Su imagen era recurrente a la hora de hacerme la paja. La imaginaba con esas faldas cortas, pero no diminutas, que tanto le gustaba usar. En mi cabeza, metía mano por debajo de ella y acariciaba su suculento orto. Sólo esa imagen bastaba para que mi miembro se ponga completamente duro. Imaginaba también, olfateando todo su cuerpo desnudo, emborrachándome de ese olor exquisito que siempre emanaba de ...
... ella.
Marcela era rubia, de pelo lacio, ojos marrones, piel clara. Era delgada y bajita. Su cuerpo cimbreante y ágil. De piernas torneadas, y largas, de culo macizo y profundo. Su rostro ovalado y de pómulos prominentes. La última vez que la vi ya contaba con treinta y cinco años, pero estaba idéntica a como se veía ocho años atrás, cuando llegó al barrio con su marido. En fin, Marcela era perfecta.
Con mis amigos, Pablo y Juan Carlos, nos gustaba andar en skate en la vereda de mi casa. Solíamos pasar las tardes de los fines de semana, bajo el sol, utilizando dos o tres cuadras como pista. Y en el ínterin, en algún momento, Marcela salía a hacer las compras o a cualquier otra cosa, y nos quedábamos hipnotizados mirándola. La desnudábamos con la mirada, engatusados por el sensual movimiento de sus pechos, y el provocador vaivén de sus caderas. Luego charlábamos sobre lo que le haríamos en la cama.
Ellos nunca me lo dijeron, pero estoy seguro de que le dedicaban tantas pajas como yo, porque eso era lo único que podíamos hacer. Éramos mocosos obsesionados con una hembra que ni siquiera reparaba en nosotros.
Creo que nunca me saludó siquiera. Aunque yo tampoco lo hacía, porque cada vez que pasaba cerca de mí, me ponía nervioso y agachaba la cabeza.
A medida que fuimos creciendo, mis amigos y yo seguíamos consumiéndonos en fantasías con ella como protagonista. Hasta el punto en que se convirtió, para nosotros, en una especie de diosa sexual. Sin embargo, ni uno de ...