1. Cuckold (3): La vecina de enfrente


    Fecha: 17/05/2022, Categorías: Infidelidad Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    ... negra, una bombacha blanca de encaje y un corpiño quedaron sobre la alfombra.
    
    Me puse colorado.
    
    —Perdón —dije.
    
    —Tranquilo. Sólo es ropa. —dijo Marcela.
    
    Agarró la diminuta tanga negra, con ambas manos, de sus extremos, y la estiró, como si necesitara observarla con detenimiento. Luego la dobló y la puso de nuevo en la caja. Al hacerlo rozó mi mano. Nuestras miradas se cruzaron. Entonces ella me guiñó el ojo con picardía.
    
    Llevé la caja hasta al lado de la puerta de salida. La coloqué encima de otra. Juanca y Pablo me miraban, admirados y envidiosos a la vez. La escena que acababan de presenciar les sirvió para que se sientan más en confianza. Después de todo, Marcela demostraba ser mucho más simpática de lo que habíamos imaginado.
    
    Yo, por mi parte, notaba cómo mi sexo luchaba por empinarse, e hice un esfuerzo sobrehumano para que mi bragueta no se convirtiese en una carpa.
    
    Seguimos llevando las cajas de un punto a otro. No nos apresurábamos mucho por hacerlo, porque queríamos dilatar ese momento el mayor tiempo posible. Marcela también participaba, y cada vez que se inclinaba para agarrar o dejar una caja, nos volvíamos locos viéndole el culo, o sus turgentes pechos, que se asomaban al agacharse.
    
    —¿Quieren tomar algo? —ofreció cuando terminamos el trabajo.
    
    —Agua estaría bien —dijo Pablo.
    
    Fue hasta la cocina, meneando las caderas. Era una mujer con curvas, sin dejar de ser esbelta. Como si las proporciones de su cuerpo fueron hechas por un dios ...
    ... con una libido muy humana.
    
    Marcela volvió con una jarra de agua y un vaso de vidrio. Mientras tomábamos el agua se paró frente a nosotros. La pierna derecha adelante, un poco flexionada. Una sonrisa irónica adornaba su precioso rostro.
    
    —Me gustaría darles algunos pesos, pero Gerardo se olvidó de dejarme plata. Un tonto.
    
    —No hay problema —dije yo—. De todas formas, no te cobraríamos.
    
    —¿Y por qué no? —preguntó ella.
    
    —Porque… Porque, sos una vecina, ¿cómo te íbamos a cobrar? —dije yo con nerviosismo.
    
    Marcela sonrió con cierta indulgencia en su gesto.
    
    —Y yo que pensaba que me hacían el favor porque soy linda. —dijo bromeando.
    
    —Lo sos —contestó Pablo. Las palabras le salieron de manera espontánea. Noté que la frase fue imprevista, incluso para él. Pero fingió compostura. Sacó pecho y se puso serio. Pablo era delgado y su cara de ojos saltones le daba cierto aire de marciano. Su voz era aflautada, dándole un aspecto muy poco viril, pero en ese momento se había convertido en un macho alfa, sin miedo a nada.
    
    Yo lo envidié por su iniciativa. Después de todo, lo más probable era que no volveríamos a ver a Marcela. Hacía bien en tirarse el lance. No había nada que perder.
    
    —Ay gracias. — dijo Marcela.
    
    En ese momento entendí que no iba a tener otra oportunidad de decirle las cosas en su cara. Así que, imitando a mi amigo, largué sin pensarlo mucho:
    
    —La verdad es que todos penamos que sos le mujer más hermosa del barrio.
    
    —¿Todos? — inquirió ella.
    
    La ...
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