1. Cuckold (3): La vecina de enfrente


    Fecha: 17/05/2022, Categorías: Infidelidad Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    ... había entrado Marcela.
    
    Quedé sólo, aún en el umbral de la puerta. ¿Mis amigos se habían vuelto locos? Se iban a meter en tremendo quilombo si se sobrepasaban con Marcela.
    
    Pasó un buen rato, hasta que escuché algunas palabras difusas dichas con cierta vehemencia. Por fin me decidí a ir a ver qué estaba sucediendo. Me metí por ese corredor oscuro. Muy cerquita vi una puerta abierta, y me metí en ella. Era la cocina.
    
    Marcela estaba arrinconada, contra la pared. Pablo y Juanca estaban encima de ella. Sus manos se movían, ansiosas, acariciando la piel de sus piernas. El vestido floreado se movía cada vez que los dedos se aventuraban más, dejando la tersa piel del muslo cada vez más a la vista.
    
    No podía verle el rostro a Marcela. Pablo lo tapaba con su cabeza, mientras la besaba. Ella forcejeaba, como queriendo salirse de esa situación. Pero estaba en una esquina de la cocina, y mis dos amigos formaban una pared de cemento imposible de mover.
    
    —¡No! —alcanzó a musitar la vecina, pero Pablo la acalló enseguida con su boca.
    
    Entonces vi cómo Juanca metía sus manos muy adentro. Pensé, escandalizado, que estaba penetrándola con sus dedos. Sin embargo, enseguida retiró la mano, y vi que en ella sostenía la tanguita blanca de Marcela.
    
    Hasta ese momento, ninguno había reparado en mi presencia. Me preguntaba si debía poner un alto a aquella situación, o si simplemente debería irme, y no tener nada que ver con esa locura. Pero mi sexo me indicaba otra cosa. Se había ...
    ... puesto duro como el hierro.
    
    —Pendejos pajeros —dijo Marcela cuando, su boca quedó de nuevo libre.
    
    A pesar de su tono, no vi verdadera indignación en su semblante. De hecho, noté cómo debajo del vestido se marcaban unos pezones puntiagudos.
    
    Juanca hizo un bollo con la tanga, y acto seguido, se lo metió en la boca. Ella, para mi sorpresa, había abierto la boca para recibir su prenda íntima.
    
    La actitud ambigua de Marcela me estaba volviendo loco. De repente, las dos opciones que me había planteado antes (parar esa locura o huir) se desvanecían en mi mente. En ese momento lo único que mandaba en mi persona era la poderosa erección de mi verga.
    
    Me acerqué a ellos. Marcela abrió los ojos al verme. Pablo, que había empezado a masajear los pechos de la vecina, se hizo a un costado para hacerme lugar. Agarré su rostro por la barbilla. Un pedazo de tela blanca sobresalía de su boca, y un hilo de baba chorreaba por su pera. Le saqué la tanga y la tiré al piso. Me miró, intrigada. Le comí la boca de un beso. Sentí cómo su lengua experta masajeaba la mía, que entraba, rauda, en ella. Deslicé mis manos por sus caderas, y las metí por debajo del vestido. Sentí cómo las manos de mis amigos se ensañaban con sus muslos, y sobre todo, con su prieto culo. Me uní al festín. Mis manos se movían, enloquecidas, sobre eso glúteos de ensueño. Besé su cuello y sentí su perfume, más intenso que nuca.
    
    Marcela ya no se mostraba reticente en absoluto. Mis amigos, a su vez, ya no forcejeaban ...
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