Tren de medianoche
Fecha: 23/05/2022,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... estuviera haciendo. Tomó mi mano izquierda y continuó—. Bien… ahora, póngase este anillo…
—¿Qué estás haciendo, hija mía?
—Deje de llamarme “hija”, que lo hace todo más difícil. ¿Quiere ayudar con algo que no sea uniendo las manos en un rincón de la ciudad? Ayúdeme, por favor, hay dos hombres de la guardia que me han estado siguiendo desde que entré en la estación.
—¿Quieres que me haga pasar por tu marido y los engañemos? Una jovencita como tú no debería estar pisando terreno tan fangoso.
—¿Y quién va a hacerlo si ayer han caído tantos? Probablemente alguno de los capturados habló, y no sería de extrañar que la guardia esté dando caza al resto del grupo. ¿Va a ayudarme o debo seguir rebuscando?
Parados en medio del gentío, con papeles en mano, no estábamos siendo precisamente discretos. Poco tardaron dos agentes en acercarse para exigirnos nuestros documentos. La joven Rosa me cogió del brazo con muchísima fuerza, esperando que yo la protegiera, que siguiera su juego. Miedo, sentía su miedo. Cuando enredó sus cálidos dedos entre los míos, desfilaron en mis adentros todas las víctimas que conocí. Recordé los rostros de las madres y de los hijos que, llorando, me pedían consuelo. Rememoré esa sensación que come las entrañas, esa impotencia que rompe los huesos. Miedo e involución. Esa noche, ya no más.
—Documentos, por favor.
—Cariño, pásale los papeles –respondí, animándole a la muchacha para que presentara los documentos—. Vamos al interior para ...
... visitar nuestro terreno.
—Sí, eso es. ¿Y por qué me miran así, eh? El amor no distingue edades –espetó Rosa.
—Los papeles –ordenó el otro.
*—*—*—*—*—*—*
Pese a que ya había pasado casi una hora viajando en el tren, contemplando el paisaje que se vislumbraba en la ventana, los dedos de Rosa seguían enredados entre los míos. Y ese calorcito de su mano se había extendido a la mía. Ese contacto tan inocente me impedía pensar con claridad. Pero habría más.
Cuando ella reposaba su cabeza en mi hombro, cuando levantaba nuestras manos unidas y besaba mis nudillos –pues los guardias paseaban de vagón en vagón y necesitábamos disimular—, cuando me tocaba la nariz para preguntarme con voz susurra: “¿Me voy a ir al infierno por estar tocándote así?”… Todos esos pequeños detalles se acumulaban dentro de mí, despertando sensaciones y dudas. –Ay, si hubiera elegido otro camino, tal vez esto es lo que me esperaría al final de él—. El estar con ella me revelaba un mundo olvidado, demasiado interesante, demasiado peligroso.
—Una chica muy jovencita me enseñó que tenemos que hacer grandes sacrificios en pos de un futuro mejor. Yo he elegido este camino, el sacerdocio, para ayudar a mi manera. Y hace una hora he elegido este para poder salvarte… Espero que eso se traduzca en la salvación de este país.
—¿Soy eso para ti, padr… querido? ¿Un sacrificio? Ay, no sabe cuánto lamento que lo estés pasando tan mal –ironizó-. Pero míralo de este modo: cuando el tren se detenga, nunca más ...