Tren de medianoche
Fecha: 23/05/2022,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... volveremos a vernos. Viviremos el resto de nuestros días como si nunca nos hubiéramos conocido. Así que dime, ¿te sientes mejor así?
—Me sentiré mejor cuando tú estés a salvo en Argentina, ¿qué te parece?
Me tomó del mentón con su mano y me dio un repentino beso, rápido, fugaz, di un respingo al sentir una húmeda lengua repasarme los labios. No pude reaccionar. No pude, no quise. Las preguntas afloraban, la curiosidad y el deseo de tacto también. El beso acabó, antes de que pudiera decir algo al respecto, ella volvió a reposar en mi hombro para decirme con toda la tranquilidad posible:
—Acaba de pasar un guardia.
—No, no acaba de pasar nadie…
—Pues yo vi uno, será que te has puesto tonto por el beso. ¿Cuándo fue la última vez que has estado con una chica? ¿Porque con una habrás estado antes de iniciar tu vida consagrada, no?
—¿No te parece poco apropiado tu manera de hablar a alguien como yo… querida?
—Verás, mi vida, esta noche eres mío —su mano reposó en mi muslo y empezó a acariciarlo con una sonrisita—. Y yo soy tuya. Ayúdame esta noche, haz los sacrificios que veas necesarios, que yo haré lo propio, pues verás, yo también cargo cruces al estar tocándole a un hombre de Dios.
Demasiado joven para mí. Demasiado altanera para su edad. Nada correspondía. Ni yo, ni ella, ni mis manos que, temblorosas, ansiosas de curiosidad y deseo, se posaron en su pierna más cercana a mí con la excusa de que todo era un acto. Por un momento el miedo se esfumó y ...
... evolucionamos. Deseo, había deseo en sus ojos y en los míos. Se relamió los labios porque me veía demasiado cerca de su rostro, lleno de curiosidad, repleto de ansia. Esa noche en el tren, mis labios consolaron de otra manera que no pensé que fueran capaces. Su lengua, pícara, me decía con su tacto húmedo y tibio que le agradaba.
El guardia a lo lejos, reposando cerca de la compuerta, observaba con morbo. Comprobaba que, efectivamente, éramos lo que aparentábamos: Una pareja de recién unida que se dejaba llevar por el deseo de la carne.
Fue el carraspeo de un caballero más atrás lo que me hizo volver a la realidad. Dejé de besarla y me volví a acomodar en mi asiento. Sentía que estaba convirtiendo nuestra actuación en una excusa para liberar y destensar la libido contenida en mí. Sentía que estaba haciéndolo todo mal. Con la culpa ganando terreno, me levanté del asiento para asombro de Rosa, que intentaba sacarme respuestas con su mirada, con sus dedos que querían enredarse entre los míos, con su tímida voz susurrando: “Querido, ¿por qué te levantas?”.
Fui al baño para mojarme el rostro y tratar de aclararme; el traqueteo constante me estaba poniendo enfermo. Lejos estaba yo de hacer la señal de la cruz para pedir fuerzas, aún estaba molesto por la pérdida de mi hermano, aún estaba con dudas. En ese momento me sentía tan solo; no había un dios lo suficientemente grande que calmara la rabia y el deseo que juntos hervían y me marchitaban.
—Querido –dijo Rosa, golpeando la ...