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Mi linda sobrina
Fecha: 09/06/2018, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... igual que mi sobrina. No podía aguantar más la excitación, pero ella no me dejaba que la acariciase. Nuevamente se apoderó de mí ese instinto sexual por el que sólo deseaba acariciar las partes más intimas de aquella niña mujer y fue muy grande mi sufrimiento al no poder conseguirlo. Me cegó la pasión y probablemente perdí el sentido de las cosas. Recuerdo mis actos ante aquella escena como los de un autómata que no es dueño de sí mismo. Sin poder evitarlo, deslicé mi mano, frustrada y rogativa, hacía la rodilla de mi sobrina. Estaba avergonzado hasta el infinito y supuse que, esta vez sí, Eva me rechazaría furiosa, porque no podía decepcionarla más. Pero Eva no hacía nada, se dejaba acariciar el muslo en silencio, como si de una obligación se tratara. Aquello me maravilló y, cegado como estaba de excitación al sentir la mano de Elena subir y bajar por mi glande, propicié caricias más atrevidas sobre la pierna de Eva y remonté su muslo por debajo de la falda. No podía creer lo que estaba haciendo. Poseer las partes más íntimas de mi sobrina Eva me causaba mayor felicidad y placer del que nunca hubiera pensado sentir sobre la tierra. Elena me masturbaba, pero yo solo pensaba en mi sobrina, mis sentidos estaban concentrados en mi mano que trepaba por la cara interna de su muslo hasta hacerse un hueco en la entrepierna, a las puertas de su vello púbico, apenas velado por su ropa interior. Eva seguía sin inmutarse y ...
... yo, vuelto a Elena como estaba, no podía ver su expresión. Creí sentir que su piel temblaba, pero no emitió ningún sonido. También creí oír el ruido de su garganta al tragar saliva. Casi sin querer mis dedos tocaron la tela de sus braguitas, culminación de mi atrevido viaje, y aquello fue como el banderazo de salida para la encendida excitación de mi pene masturbado. Casi al instante me corrí. Elena, conociendo que había conseguido su objetivo, liberó mi miembro de su mano, tratando de mancharse lo menos posible y eyaculé desamparado sobre los pantalones. Saqué mi mano de debajo de la falda de Eva, que tampoco pareció moverse. No sé siquiera si se dio cuenta de lo que había sucedido en realidad. Elena, insolente y henchida de orgullo, se levantó y, como la cita anterior, se llevó a Eva con ella. Esta vez no me atreví a mirar a mi sobrina en la penumbra. Permanecí en las tinieblas de la sala, manchado de semen y profundamente avergonzado por mi comportamiento. Le había fallado a Eva, me había comportado como un imbécil. Era su único soporte en su laberinto adolescente y le había fallado. Nunca me lo perdonaría. Pasaron quince días sin que nos viéramos. Me sentía como si hubiera roto un adorno de porcelana y ya no se pudiese reparar. Mi hermano me comentó que mi sobrina estaba muy rara, que comía poco y a menudo tenía síntomas de haber llorado. Aunque yo creía conocer la causa de sus males, hice esfuerzos por restarle ...