-
Mi linda sobrina
Fecha: 09/06/2018, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... importancia ante mi hermano, fingiendo que el origen podría estar en un desengaño amoroso que se curaría con el tiempo. Un día escuché la voz de mi sobrina al otro lado del teléfono y parecía al borde de la desesperación. Me contó entre sollozos que Elena se había acostado con Fernando, que aquello suponía el final de su "decadencia" por el mundo, que nunca encontraría a nadie que la quisiera, que se sentía muy inferior a su amiga... lloraba como una Magdalena y me daba infinita lástima. Traté de consolarla aventurando que la experiencia de Elena no habría sido muy edificante y acerté: había sido un desastre. El preservativo había roto el encanto, él la hizo mucho daño y no disfrutó nada; pero todo aquello parecía no importarle a Eva, que sufría más que nada por su orgullo pisoteado y por sus frustradas ansias de tener un encuentro íntimo con Fernando, o al menos eso creía yo. Cuando le dije que no se preocupara por Fernando, que ya encontraría otro chico que la quisiera, me espetó "Fernando es un imbécil, ya no me importaba nada". Me dijo que se había comprado una caja de anticonceptivos y que iba a empezar a tomarlos. Aquello sonaba como una amenaza y me maldije por, de alguna forma, haber llevado a mi sobrina a tal estado de inseguridad que parecía dispuesta a acostarse con cualquiera con tal de dejar atrás la inexperiencia que tanto complejo la ocasionaba. Un día coincidimos en la estación y emprendimos juntos el ...
... camino a casa. La conversación era tensa, pero logramos charlar de cosas intrascendentes. No me atrevía a preguntarle por su amiga Elena para que no me malinterpretara. Temía que en algún momento desatara contra mí la batería de reproches que sin duda merecía, pero no fue así. Al contrario, creía ser merecedor de una atención mucho más intensa de la que había recibido en el pasado por parte de ella. Tenía la sensación de que se quedaba mirándome en silencio. Me hice a la idea de que quizá siempre había sido así, pero yo no había querido darme cuenta. Yo también la miraba de reojo porque por primera vez me sentía fascinado por sus delgadas piernas interminables y por su incomprensible método para introducir una blusa tan ancha como la del colegio por una cintura tan delgada como una sortija. Pronto llegamos a su casa, más cercana que la mía. Sabía que sus padres no estaban, pero no podía soportar la idea de despedirme de ella. Le puse la excusa de que había comprado un nuevo CD como pretexto para hacerme acompañar hasta mi piso y ella aceptó sin más preguntas. Recorrimos el trecho hasta mi piso en silencio, pero durante aquel intervalo de tiempo mi mente urdió las más disparatadas ideas que jamás se me hubiera ocurrido que podría llegar a maquinar. De repente parecían no tener importancia nuestros 15 años de estrechos lazos familiares, mi comportamiento dudosamente honorable cuando ella siempre me había idolatrado desde ...