1. El cepillo de madera


    Fecha: 10/06/2018, Categorías: Confesiones Autor: pedrocascabel, Fuente: RelatosEróticos

    ... y mojigata por lo que siempre me libraba hasta que con catorce años mi cuerpo desarrolló y mis pechos causaron sensación en dos de las monjas que nos daban clase (y tentación para todo bicho viviente, añado yo: tetas muy grandes, morenas, acabadas en punta, con gruesos pezones rugosos rodeados de una llamativa abultada areola hacia afuera de las que llaman en brioche) y una o dos veces por semana era castigada de manera tal que antes de dormir me llevaban al cuarto de una de ellas (sor Juana y sor Elisa, ambas de unos cincuenta años), me ordenaban desnudarme por completo, doblar mi cuerpo por la cintura y apoyar los brazos en una pesada mesa de madera situada en el centro de la habitación. Azotaban mi espalda, el culo o los muslos seis u ocho veces y después consolaban mis lloros (pegaban con ganas las muy putas) dándome suaves besos, palabras cariñosas, untándome crema, acariciando suavemente las zonas lastimadas y, según fue avanzando el tiempo, metiéndome mano de la manera más descarada y lasciva."
    
    "Con dieciséis años los castigos ya no eran tan duros, aunque se complacían en darme azotes en el culo con la parte plana de un cepillo para el pelo de madera, y rara era la noche que no era besada, acariciada, lamida y masturbada por alguna de las monjas con su lengua y manos. Mi clítoris, seguramente no sabía que así se llamaba, era fuente inagotable de placer. Nunca me pidieron directamente que las satisfaciera pero lo hice con ganas en muchísimas ocasiones, me agradaba ...
    ... comerles el coño y vivía con gran intensidad y placer las sesiones de sexo nocturno. Fueron casi dos años de gusto y placer."
    
    "Cuando apenas faltaban tres o cuatro meses para que terminara mis estudios en el colegio las monjas volvieron a mostrarse duras y crueles y la vara de azotar en mi cuerpo o el cepillo en mi culo eran centro de nuestras noches de sexo, amén de mostrarse cada vez más groseras y soeces insultándome y obligándome a darles placer. Nunca habían maltratado mis tetas, siempre habían mostrado admiración y deseo hacia ellas, pero le cogieron gusto a castigármelas con pellizcos, mordiscos y arañazos en los pezones y golpes de vara."
    
    "Las últimas semanas las dedicaron a desvirgarme: siempre tras azotarme, untaban de abundante suave crema mi sexo, penetrándome, primero con sus dedos y después con el mango del cepillo de madera que perfectamente podía pasar por un consolador de tamaño mediano. En ningún momento tuve dolor, ni siquiera las primeras veces (se puede decir que sor Juana fue quien primero acabó con mi virginidad), y me gustó, la verdad sea dicha, me gustó mucho. Otra cosa fue el culo: consiguieron penetrarme tras muchos intentos y me hicieron bastante daño hasta que más o menos logré acostumbrarme. La última noche de mi estancia en el colegio, tras despedirnos con una sesión especialmente dura para mí y obligarme a darles placer varias veces a cada una de ellas, me regalaron un cepillo para el pelo de madera similar al que habían usado conmigo; aún ...
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