Mi entrañable enfermera
Fecha: 30/07/2022,
Categorías:
Hetero
Autor: Alphy Estevens, Fuente: CuentoRelatos
... seguir con ese juego de buscar dolencias y anomalías donde no existían.
Cuando el joven paciente se volteó, no dejó de notar la inflamación exagerada de su entrepierna. ¡Dios santo! Exclamó para sí. No podía creer lo que estaba viendo. Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo, erizando cada uno de sus innumerables poros. Un temblor en las piernas casi la hacen caer en medio de la sala de emergencias.
Médicos y enfermeras desfilaban de lado a lado en aquella atribulada sala. Tatiana empujo la camilla hacia un rincón medio despejado, y con su cuerpo cubrió la vista de aquel animal que luchaba por abandonar su jaula. Con su mano enguantada, comenzó a mover sus dedos por el abdomen de su nervioso paciente. No sabía, ni le interesaba, que estaba diagnosticando. Sus dedos se hundían fuertemente en busca de la nada.
Su mano, recorría cada centímetro de mi abdomen, ejerciendo presión a cada movimiento que hacía. Gracias a los infinitos abdominales que hacia cada día, pude soportar aquella presión que intentaba llegar a mi espalda. En cada recorrido, sentía sus dedos aproximándose cada vez más a mi ingle.
-Voy a quitarme el guante, necesito palpar con exactitud tus órganos internos -susurró.
Mientras lo hacía, eché una mirada a mi entrepierna y noté que mi short parecía una carpa de circo. En ese momento comprendí que mi incisiva enfermera tuvo que haber notado mi gigantesca erección. No habría forma de esconder aquel falo descontrolado.
Mi nariz no escapó a captar ...
... el cambio de aromas de aquella mujer. Un nuevo olor, desconocido para mí, emanaba a torrentes del cuerpo de la enfermera. Era algo mágico. En el repertorio de mis archivos sensoriales, esa nueva sustancia no estaba registrada. Percibirlo, abrió una llave extra de caudaloso efluente de sangre, que enseguida inundo mí ya abultado Goliat. Palpitaba como un corazón de jirafa.
-Al sentir sus dedos sin la barrera indeseada del látex, produjo en mí, mayores e incontrolables palpitaciones. Siguió auscultando mi abdomen y con un movimiento de su cuerpo inclinándose a mí, hundió sus dedos en la ingle. Con su codo, frotaba con descuido mi entrepierna. Subía y bajaba su mano, y con el roce que me producía su antebrazo, masajeaba imperceptiblemente mi instrumento.
Tatiana estaba fuera de sí. El roce de su codo con aquel portentoso músculo que luchaba por escapar, le habían cegado toda consciencia en ella. Las pocas voces que le susurraban que no debía seguir con eso, eran acalladas por un coro de intrusos que gritaban que siguiera con su masaje encubierto. Sentía que por sus muslos, subían y bajaban duendes que humedecían su depilada gruta. Se sintió extraña, confundida, enajenada. Su otrora conducta intachable la había mandado a la mierda.
Sin mucho pensar, destrabó el freno de las ruedas de la camilla y la condujo por un pasillo poco alumbrado que conducía a un pequeño almacén donde se guardaban infinidad de equipos médicos para su reparación. Por la pandemia, el personal de ...