1. De cómo isabel vino a mi vida


    Fecha: 12/12/2022, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... pues el palique se prolongó hasta casi las dos de la madrugada, sin que, realmente, tocáramos temas importantes, sino baladíes y tontunas… Era, sencillamente, el deseo de comunicarnos, hablarnos, sabernos cercanos, yo a ella, ella a mí… Y desde entonces se instituyó una muy arraigada costumbre entre nosotros: Por las mañanas, a eso de las ocho, ocho menos casi nada, ocho y casi nada, nada más levantarme yo, a punto de entrar en la consulta ella, si es que no estaba ya sentada en su mesa, yo la telefoneaba, deseándole un buen día y luego, ser las diez de la noche las máas veces, hasta casi las doce, si no casi la una de la madrugada, era ella la que me llamaba a mí… Y entonces, en esas comunicaciones ya decididamente nocturnas, sí que nos despachábamos a gusto, “rajando y rajando”, hablando y hablando, que era una vida nuestra
    
    Como entonces, cuando nuestra primera comunicación nocturna, los temas eran de lo más trivial e insignificante, llegando, a veces, a ser insustancial, infantiloide, incluso, pero que, como antes señalara, para nosotros, Isabel y yo mismo, resultaban tales ratos más que menos imprescindibles, y digo esto aún a riesgo de exagerar cosa fina, filipina, como decíamos en aquellos “Madriles” de los años 50/60. Y así, en esa forma nuestra de vivir, que no rutina, pues lo rutinario implica, también, monotonía, aburrimiento, hastío, y nada de eso se conjugaba con nuestras charlas a la luz de la luna
    
    Así, en ese día a día, el tiempo, días, semanas, meses, ...
    ... fueron transcurriendo hasta poder contar los quince-dieciséis meses desde la muerte de Pablo, el difunto marido de Isabel. Fue por entonces que ella misma, Isabel, me propuso salir algún fin de semana que otro, sábados, domingos, algún festivo, a tomar el aperitivo, unas cañas de cerveza con algo de picar, gambas a la plancha en forma más bien excepcional, que tampoco permitía Isabel que me “rascara” demasiado el bolsillo, luego las más humildes paratas bravas o alioli, oreja de cerdo a la plancha, boquerones fritos o en vinagre etc. eran el pincho más habitual… Y luego, a comer en cualquier restaurante, aunque con preferencia por el viejo Madrid, el de los Austrias, pues quedábamos en la capital, equidistante, o casi, de ambos domicilios, el suyo y el mío. Luego, en la tarde, a veces, a pasear por el Retiro, remar en su estanque etc., a veces al cine, sesión de las siete de la tarde con despedida y cada mochuelo a su olivo a eso de las nueve, nueve y media de la noche
    
    Y así, otra tanda de meses, hasta superar los dos años de viudedad de mi dama, cuando me atreví a proponerle ir a cenar y luego bailar alguna que otra noche de sábado…o viernes, si se terciaba… La “Pica en Flandes” la hinqué con más miedo que vergüenza, y mira que me daba vergüenza proponérselo, pero Isabel acogió mi propuesta hasta contenta, con alegría, diciéndome que hacía siglos que no iba de bailoteo, pues a su finado Pablo eso mucho no le gustaba, y es que, el hombre, debía tener una alpargata por oído, ...
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