1. Alejandro, el blanquito


    Fecha: 30/06/2023, Categorías: Hetero Autor: MirassoMauricio, Fuente: CuentoRelatos

    ... ganar el pan, lugar que el amerindio terminó eligiendo para pagar sus facturas, a pesar de que quedaba algo lejos de donde vivía. Y además de eso también buscó una forma simple de alargar y hacer más frecuentes sus cortos encuentros con él, yendo por cada factura que tenía que pagar, a pesar de que todas le llegaban más o menos en la misma fecha. Eso no le costó mucho esfuerzo, lo que sí le fue más difícil fue tratar de entablar una conversación fluida con éste, la gran brecha generacional no le ayudaba mucho. Pero al final se llevó una sorpresa. Una agradable sorpresa.
    
    Al albino le causaba algo de gracia, y de nostalgia, el peinado tipo copete miniatura que llevaba el amerindio. Le hacía acordar al peinado que tenía su abuelo adoptivo, que era dueño de una ferretería, y que ya no está en este mundo porque murió hace tiempo de un infarto agudo de miocardio, la misma semana en que Alejandro se fue del Sur hispano en un avión. Una de las principales razones por la que tenía un semblante tan melancólico, muy parecido al de Inés. Y aunque no era muy conversador, podía llegar a soltarse un poco si alguien le daba algunos empujones. A Mamani no le provocaba ninguna vergüenza decir algo fuera de lugar de vez en cuando para hacer reír. La incomodidad de quien se incomode, ese detalle a él no le quitaba el sueño y se le escurría como el agua.
    
    “Che pibe, sí que eres lindo vos, ¿eh?”, le dijo éste una vez, antes de lanzar una sonada carcajada, aprovechando que no había fila atrás ...
    ... suyo. “No, perdóname, es una pavada que a veces digo para romper un poco el Glaciar Perito Moreno. No me hagas caso. Cambiando de tema, ¿no me dices la hora? A mi reloj de mano se le acabaron las pilas”. Alejandro no pudo evitar reírse. “No es cierto, desde acá veo que la aguja se mueve. No subestime mi vista”, le responde.
    
    “No, ahora no la ves”, le suelta éste, escondiendo el reloj colocado en su muñeca derecha detrás de su espalda, y con una sonrisa traviesa colocada en su rostro. Alejandro se sigue riendo. “Qué personaje. Bueno, ahí le digo la hora. Son casi las cinco y cuarto de la tarde, le queda tiempo para hacerse una escapada por ahí antes de la cena”.
    
    “¿Y a dónde voy a ir yo?”, pregunta el amerindio, mencionando el “yo” como sólo lo haría otro compatriota nacido o naturalizado. “Mi mujer me va a esperar con la bazuca cargada si llego tarde. Es a mí a quien le toca cocinar esta noche. Tengo pensado hacer unas empanadas salteñas bolivianas”.
    
    Mentira. Pero fue una mentira que a éste le funcionó bien.
    
    Y ahí vino la pregunta, que Alejandro le hizo de forma tímida, casi avergonzado. “¿Es usted boliviano, señor?”. Curiosidad innata. “¡Un bolita! ¡Yo soy un bolita! O un boliguayo, como dicen algunos allá en tu país de origen”, le responde éste de forma irreverente. Demasiada confianza. Al albino el rostro se le puso rojo como un tomate de pera. “No quise decir eso”, musitó como queriendo disculparse. Bien que se notaba cuando éste se avergonzaba.
    
    “¡No! Ya sé ...
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