Anita de tus deseos (capitulo 12)
Fecha: 29/06/2018,
Categorías:
Sexo en Grupo
Autor: cleversex, Fuente: CuentoRelatos
De cómo llegué hasta allí no me preguntéis porque no lo recuerdo muy bien. Todo me resulta muy confuso. Lo que si recuerdo es que los siguientes días, después de conocer a los amigos de papá, fueron terribles. Lo celos no me dejaban vivir, sobre todo la idea de que otra mujer competía conmigo para conseguir el afecto y el amor de papá. Al menos esa era la película que me había montado, tal demencial cómo absurda.
La situación me pareció tan insoportable que me dio por huir. Una mañana, después de que papá se fue a trabajar, me subí a mi pequeña furgoneta y sencillamente me fui. Solo me llevé el bolso: nada de ropa. No recuerdo dónde dormí esos días, ni cómo llegué a Algeciras —allí apareció más tarde el vehículo—, ni por qué me dio por coger el ferry y pasar a Ceuta. Todo se pierde en una bruma mental que no soy capaz de aclarar.
Mis recuerdos empiezan en una pensión de la zona de La Puntilla. Me encontré terriblemente sola y asustada sin entender muy bien que había pasado. Le echaba terriblemente de menos, y su ausencia me parecía tan insoportable que eclipsaba totalmente los celos que pudiera sentir. Constantemente miraba el móvil esperando una llamada que no llegaba y me embargaba una especie de vértigo por la incertidumbre. ¿Cómo reaccionaria papá? No lo entendía: ni siquiera me había bloqueado la tarjeta. Al principio me aterraba la posibilidad de un castigo por su parte, pero poco a poco fui aceptando esa posibilidad a cambio de estar de nuevo junto a él. ...
... Al final, incluso lo creí necesario: merecía un castigo y su dureza me daba igual. El deseo me podía, pero por más que intentaba conseguir un orgasmo en la soledad de la habitación, no era capaz y eso me desesperaba y terminaba llorando. Solo al final, ante la idea de un castigo corporal por parte de papá, logré sentir algo de placer. Entonces llegué al convencimiento de que en el momento en que papá me tocara con uno solo de sus dedos, me correría cómo una perra.
—¿Papá?
—¿Cómo estás Ana? —que no utilizara mi diminutivo me hirió.
—Bien. Lo sien…
—Ana, no sigas, —me interrumpió—. Solo quiero saber si vas a volver o no.
—Si papá, quiero volver, pero…
—¿Dónde estás?
—En Ceuta, —guardó silencio unos segundos—. ¿Papá?
—¿Y el coche?
—No sé dónde está.
—De acuerdo, ¿sabes en que zona de Ceuta estás?
—Sí, es una pensión junto al muelle de La Puntilla.
—Muy bien. Paga la pensión y dirígete al helipuerto: está al otro lado del puerto. Esta cerca: puedes ir andando si quieres.
—Vale.
—Luego te llamo, —y colgó.
Salté de la cama, me vestí, y bajé a pagar la cuenta y rápidamente me dirigí al helipuerto. Era feliz y el corazón me latía debocado: por fin volvía a obedecer a papá.
Empecé corriendo, pero luego seguí andando. Todavía no me había llamado y no sabía nada de lo que iba a pasar. Parecía que solo por hablar con él mi mente empezaba a razonar mejor.
Tenía el helipuerto a la vista cuándo el móvil sonó. Lo miré y era un número ...