1. Cuando buscas lo mejor de lo mejor, una escort de lujo es la solución


    Fecha: 02/08/2018, Categorías: Incesto Autor: Malagueño, Fuente: CuentoRelatos

    En términos generales, puedo afirmar que la vida no me ha tratado mal.
    
    Al poco de terminar mis estudios de Derecho en la universidad de Barcelona, conocí a Rosana, una hermosa Malagueña que guardaba un gran secreto. Me costó un par de años descubrir que, oculto tras una máscara de dulzura y simpatía, ocultaba un carácter de muy señor nuestro. Fue demasiado tarde, después de casarme con ella en la iglesia, con una hipoteca en el banco y con la paternidad un año más tarde.
    
    No es que Rosana fuera mala persona, más bien un poco borde y bastante chismosa. Esto último resultó a la postre lo más irritante. Cuando abría la boca para hablar, se hacía de noche, pasaban las semanas y cambiaban las estaciones. La muy puñetera era infatigable. Tanto que, tras sus largos soliloquios, y sin importarle lo más mínimo la audiencia, quien la escuchara quedaba con una idea muy clara de los pelos que me quitaba de la nariz antes de acostarme, de los gases que se me escapaban como a todo hijo de vecino, del tiempo que pasaba en el cuarto de baño o de las veces que me rascaba el ombligo; por no hablar de los gatillazos, fruto del hastío, que me dejaban con mal sabor de boca noche sí, noche también. Obviamente, cuando llegaba el turno de contar mis cualidades, los parroquianos bostezaban aburridos y ya no prestaban atención.
    
    En estas condiciones recibí una inesperada llamada de Andreu, mi buen amigo y compañero de universidad. Me comentó que unos cuantos habían organizado una reunión de ...
    ... antiguos alumnos en Barcelona, a la que habían llamado “Cinco años después”, y me suplicaba encarecidamente que acudiera sí o sí, preferiblemente acompañado por mi mujer. Si “Cinco años después” ya me parecía la mayor de las gilipolleces, acudir con ‘la cotorra’ sería el summum de la estupidez. «No, bajo ningún concepto la llevaría a una reunión de esas», concluí después de meditarlo cinco segundos. Estos motivos esgrimí a la hora de dar largas a mi buen amigo, apuntillando que estaba desbordado de trabajo. No me sirvió de nada: insistió tanto, apelando al compañerismo y a la sagrada amistad, que no me quedó más remedio que pasar por el aro.
    
    Resignado, tomé el avión de la mañana en el aeropuerto de Málaga, ciudad en la que Rosana se empeñó en que viviéramos pues no quería estar lejos de sus padres, y en un periquete me planté en la Ciudad Condal. Los acontecimientos se precipitaron a mi llegada al aeropuerto, donde Andreu esperaba para llevarme al hotel que me había reservado, luego a su casa a recoger a Inés, su esposa, y finalmente al restaurante donde tendría lugar la “comida de hermandad”, como él la llamaba. No puedo ocultar que me alegró pensar que tan solo se trataba de una comida y que todo pasaría rápido. Fue un sueño efímero del que me despertó Julián, el mayor cretino que ha parido madre. Yo había ido al servicio tras los postres, a evacuar el vino engullido entre gilipollez y gilipollez, provenientes de todas partes y que atormentaban mis oídos, cuando él me ...
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