1. Malas influencias


    Fecha: 24/09/2023, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... casado, tenido dos hijos y divorciado. Hay épocas en que Bea estaba delgada y épocas en que estaba extremadamente delgada, pues era de esas personas a las que comer tres veces al día les parecía un engorro, además de una pérdida de tiempo. Los senos de Bea eran pues muy pequeños en comparación con su gran estatura, y además se plegaban como lo hace la vela de un barco en un día sin viento.
    
    Frente a mí se encontraban Teresa a izquierda y mi esposa, María José, a la derecha, ambas tumbadas al sol un poco más arriba. Como las tres mujeres se habían alzado ligeramente con las manos apoyadas tras ellas, asemejaban ser los anaqueles de una frutería donde se muestra el género a la clientela.
    
    Las tetas de mi mujer habrían sido las que cualquier hombre habría escogido para comerse con los ojos. Sin embargo, ese día los que llamaron poderosamente mi atención fueron los pechos de su amiga Teresa. Hasta entonces, nunca me había fijado en las tetas de Teresa. Lo que a la vista de lo bonitas que eran, tan redondas y simétricas no tenía explicación…
    
    “¡Se había operado!”, me dije al comprender la razón por la que los senos de la morena habían llamado de repente mi atención. Las tetas de Teresa apenas colgaban, sino que se alzaban de un modo casi arrogante en su busto y, muy a mi pesar, no era lo único que se alzaba con gallardía en aquel momento.
    
    Podía notar como mi verga pugnaba por hacerse hueco bajo mi bañador. Menos mal que había escogido el bañador tipo bóxer y no el slip ...
    ... porque, de no haber sido así, en ese instante mi pollón estaría asomando su cabezota por encima de la hechura.
    
    Tras saludarlas, decirles lo a gusto que se las veía y darle un besito a mi señora, me metí en el agua. A aquellas tres mujeres con hijos al borde de la emancipación parecía que les hubiera comido la lengua un gato. Unas pocas frases de cortesía y se habían quedado mudas, demasiado ocupadas en mirarme la polla de reojo como para mantener una conversación coherente.
    
    Tras un par de chapuzones, invité a la rubia a meterse en el agua. Bea, que estaba sentada con las piernas cruzadas, saltó como el resorte de un cepo. Cuando se puso de pie, no pude evitar darme cuenta de lo suelto que le quedaba el bikini a causa de la preocupante carestía de carnes. Lo cual, dicho sea de paso, me vendría de perlas para la idea que tenía en mente.
    
    Una vez la flaca amiga de mi mujer se zambulló en el agua, le propuse que se subiera de pie sobre mis hombros e intentara mantener el equilibrio. Fue una suerte que nuestros hijos no estuvieran allí viéndonos jugar como niños. Al alzar a Bea fuera del agua me di cuenta de que me había dejado engañar por su delgadez, y es que, a pesar de lo flaca que estaba, al ser tan alta, Bea debía pesar sus buenos sesenta y cinco kilos.
    
    Fue tras aquellos inocentes juegos acuáticos que decidí guiar a la rubia hacia la trampa.
    
    — Bea mira, ponte aquí —le pedí.
    
    En la zona más alta de la poza, parte del agua del río caía entre dos grandes rocas ...
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