Malas influencias
Fecha: 24/09/2023,
Categorías:
Sexo en Grupo
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... formando una pequeña cascada. Al situarte justo debajo, con el potente chorro de agua golpeando justo entre las cervicales, la sensación era igual que si un masajista estuviera estrujando y aliviando la tensión muscular acumulada después de un día entero de trabajo, una auténtica maravilla que el rostro de Bea no tardó en mostrar.
— Métete detrás de la cascada —grité para que la rubia pudiera oírme— Tienes que apoyar las espinillas, una a cada lado. Yo te sujeto.
Era absolutamente necesario, ya que, de no haberla sujetado, el caudal de agua que circulaba entre las piedras tenía tanta fuerza que la rubia habría sido arrastrada río abajo.
— Agáchate más —voceé.
De pronto, los ojos de Bea se abrieron de par en par. Ahora sí que la desgarbada amiga de mi esposa estaba notando lo que yo quería que notara, un fuerte chorro de agua a presión directo en su coño. Sorprendida, la pobre se quedó boquiabierta y sin saber qué hacer. Al final, Beatriz llevó las manos tras ella, clavándome las uñas en los costados para tratar de aferrarse a mí.
Primero la vi resoplar y después morderse el labio inferior presa de la tremenda intensidad con que la corriente de agua estaba estimulando su entrepierna. En ningún momento noté que Bea tratara de apartarse, de zafarse y huir de aquel torrente que estimulaba su sexo. Todo lo contrario, de manera espontánea y casi inconsciente la rubia comenzó a sacudir arriba y abajo las caderas. Al principio lo hizo con cautela, pero luego sus ...
... explícitos movimientos se fueron acentuando. Por desgracia, justo cuando el furor de la rubia parecía estar a punto de desbordarse, su cuerpo se escurrió entre mis dedos y, tanto ella como yo, salimos despedidos hacia atrás por la fuerza de la corriente.
Mientras braceaba en mitad del río, la flaca se quedó mirándome con ojos de pantera. Estaba subyugada por la excitación, pues había rozado el orgasmo y éste se le había escapado en el último momento. Nadó entonces hacia mí. Con apenas dos brazadas, su estilizada figura se deslizó sin apenas alterar la superficie del agua, parecía un caimán.
De pronto sentí como sus largas piernas se entrelazaban alrededor de mis caderas. Hube de pugnar para que el peso de la rubia no me hiciera perder el equilibrio.
A continuación, fueron las manos de Beatriz las que, fuera de la vista, asieron mi miembro viril. La codicia brilló en los azules ojos de la amiga de mi esposa e, inmediatamente, comprendí que mi única posibilidad de escapar era salir del agua.
En cuanto eché a andar hacia la orilla del río, la rubia adivinó mi intención y cesó en su asedio. Entonces huí hasta la orilla, donde mi esposa me esperaba con cara de pocos amigos. Su gélida mirada podría haber congelado aquel curso de agua y convertirlo en una escultura de hielo. De modo que, en lugar de quedarme a esperar, opté por poner tierra de por medio antes de que mi esposa me soltara una bofetada.
Cuando las chicas regresaron del río, mi esposa me cogió del brazo y me ...