Mientras mi esposo hacía deporte
Fecha: 07/12/2023,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... brazos que aparentaban ser igualmente recios y un físico que, bajo la cazadora que vestía, se diría más bien corpulento. Más que guapo, yo diría que era atractivo. De hecho, tuve que esforzarme para dejar de mirarle. Magnetismo a primera vista.
Aquel hombre aguardaba sin hacer excesivo caso de los corredores, daba la impresión de que sólo esperaba a que terminaran de pasar atletas para así poder cruzar la avenida. Le observé con devoción mientras él buscaba pacientemente el final de la interminable procesión de atletas. Desde la otra acera, a veinte metros o más de distancia, era imposible que aquel hombretón advirtiera entre el gentío mi mirada de rapaz clavada en él.
Cuando por fin cruzó, me quedé sin respiración. Me había pasado cerquísima. El corazón me palpitaba frenéticamente cuando me interné tras él por una de las calles perpendiculares a la prueba. Me costaba seguirle, pues iba muy cargada: el bolso con mi ejemplar de “El italiano”, la mochila de mi marido, el paraguas... Me fijé entonces en que llevaba un periódico bajo el brazo y me pregunté quién demonios compraría el periódico hoy día. Pero de pronto se detuvo frente a un lustroso portal de madera y sacó unas llaves del bolsillo de su cazadora.
— ¡Perdone! —lo abordé cuando ya comenzaba a abrir la puerta— ¿Sabe dónde hay una cafetería?
Por la cara que puso, debí ser un poco brusca. Pero eso era lo de menos... ¡Por qué estaba allí! ¡Por qué le había seguido!
No sabría decir. Simplemente había ...
... sentido la necesidad de ir tras él y luego una tremenda desesperación al ver que le perdería tras ese portal si no hacía algo para impedirlo.
— Acaba de pasar por delante de una panadería-cafetería —dijo educada, pero secamente tras un instante de vacilación.
Me creí morir de vergüenza. ¡Cómo iba a fijarme en una cafetería si sólo tenía ojos para él! Me giré hacia atrás y luego volví a mirarle con cara de idiota.
— Estaría cerrada —aduje.
— ¿Cerrada…? No creo.
Siguió mirándome durante un segundo o dos, quizá esperando que yo dijera algo y, de pronto, el brillo de sus ojos se intensificó, sonrió y sus labios pronunciaron aquellas maravillosas palabras.
— Te acompaño si quieres.
— Ah, estupendo.
Mi sonrisa debió iluminar tres manzanas a nuestro alrededor. Sacó las llaves de la cerradura y, caminando a la par, retrocedimos unos treinta metros hasta donde, efectivamente, la inconfundible mezcla de olor a café y a bollería recién hecha me delataba.
— Qué tonta. No la había visto —dije, sinceramente avergonzada.
— No pasa nada. Eres de fuera, ¿verdad?
¡Dios mío, de cerca era aún más imponente! Ese hombre me ponía tan nerviosa que no dejaba de hablar como una idiota. Y mirarle era peor aún, cada vez que lo hacía temía quedarme embobada. ¡Si me tocaba, me iba a desmayar!
“¡¡¡CÁLMATE!!!”, me increpé, furiosa conmigo misma.
— ¿Has venido por la carrera? —preguntó entonces, señalando con un gesto mi mochila.
— Eh… Sí —vacilé— Es de mi marido. Está ...