Mientras mi esposo hacía deporte
Fecha: 07/12/2023,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... corriendo.
Tras mencionar a mi esposo, el tiempo pareció detenerse. Se quedó pensativo, pero finalmente me preguntó si era la primera vez que visitaba Valencia. Aunque le dije que sí, comencé a hablar de mi visita al Oceanografic del día anterior. Lo cual dio pie a que él me hiciera un par de sugerencias. Total que nos pusimos a charlar en la puerta de la cafetería.
— ¿Puedo invitarte a un café? —ofrecí intentando no parecer desesperada.
Se me quedó mirando en silencio. Tras sus oscuros ojos pude leer su pensamiento con toda nitidez. Trataba de dilucidar cuáles eran mis intenciones antes de tomar una decisión. Una decisión que podría involucrarlo en un asunto espinoso.
Aguardé su respuesta con cara de nunca haber roto un plato, pero estar dispuesta a hacer añicos todos los que hiciera falta. Entonces, me pasó los dedos por la sien para colocarme un mechón de pelo y, de paso, dejarme sin aliento.
— Tú no quieres tomar café, ¿verdad? —chico listo…
Su casa está cerca, pero casi no es suficiente. Mis zapatos, tirados en el vestíbulo, son prueba de ello. Los pantalones también se han quedado por el camino. De lo que sí estoy segura es que eso que me quema la piel son sus dedos.
Acaricia mi sexo para hacerme alcanzar, al sprint, una humedad acorde al calentón que llevo. Luego, cuando su cuerpo se me viene encima y me aplasta contra la pared, asumo que va a ser allí, en el pasillo. Sus labios me arrollan, pero nunca he sentido tal alivio al no poder respirar. ...
... Mis manos aferran su ancha espalda reduciendo al mínimo el espacio que nos separa. Realmente no sé lo que hago, actúo por instinto.
Luego se separa de mí, mirándome, y recapacita. Comparado con nuestra atropellada entrada, a partir de ese momento todo avanza a cámara lenta.
— ¿Consientes? —pregunta.
— Sí.
Se arrodilla, me besa los pies, y venera el camino desde mis tobillos a mis muslos.
— ¿Esto también lo consientes?
— Sigue, por Dios… —y ahogo un gemido.
— Pero, ¿consientes? —insiste, circunspecto.
— Sí. Consiento todo.
Tira levemente de mi cuerpo para separarme de la pared y luego, muy lentamente, me baja la braguita. Le presiento entre mis muslos. Imagino ya su lengua en mi sexo, su saliva entre mis labios, los temblores de piernas… Pero no, vuelve a ponerse en pie y me gira de manera autoritaria, colocándome de cara a la pared y haciéndome sacar la grupa para recibirlo.
Después de todo lo pasado, es ahora cuando casi pierdo los nervios. Son sólo unos segundos, pero no puedo esperar. No puedo, el frío en mi trasero contrasta con el calor que me quema por dentro. Vuelvo la cabeza para ver qué demonios ocurre y empiezo a tocarme apresuradamente para facilitar las cosas. Su miembro es aún mayor de lo que yo deseaba.
Al primer intento se confirma que no va a ser fácil. Se ve obligado a rectificar, a colocarme mejor, a hacer que me recline otro poco y, de pronto, me ruborizo al percatarme de que estoy de puntillas, desesperada por que me la ...