Mientras mi esposo hacía deporte
Fecha: 07/12/2023,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... olvidar lo que acababa de suceder y pedirle que se marche.
Nos detenemos en el borde de la acera. Los coches van en una dirección y los atletas, disgregados en pequeños grupos, en la otra. Sin embargo, cuando vuelve a tirar de mi mano para cruzar los dos carriles de la avenida, me hace recordar cuando me manejaba a su antojo.
Me susurra que aún estoy a tiempo de ver la llegada de mi marido. “Podríamos haber seguido follando”, es su frase exacta. 02:41:50… 02:41:51… 02:41:52. Alfonso nunca ha bajado de las tres horas, de eso estoy segura.
Intento vislumbrar a mi marido entre los corredores, a lo lejos. Él se ha colocado a mi espalda, cerca, tomando mi cintura entre sus recias manos. No me siento culpable, ni siquiera estoy nerviosa. Nadie sabe que acabo de ponerle los cuernos a mi esposo. Es más, lo que parece es que mi marido sea ese hombre que tengo detrás. Entonces, cuando sus cautivadores brazos me arrastran, río como una niña a la que están meciendo en un columpio. Y el juego no ha hecho más que comenzar.
Mi cuerpo se frota con el suyo. Me giro, quiero fulminarlo con la mirada, pero él disimula contemplando a corredores tan anónimos como nosotros. Aún así, con la vista perdida en el infinito, sigue ...
... dando a sus brazos esa tensión que me mantiene pegada a él.
De nuevo no me atrevo a censurar su comportamiento, es demasiado excitante como para negarlo. Además, es mi insolente trasero el que se restriega contra su paquete. Siento como su polla se va endureciendo con cada roce, cómo el calor y la humedad afluyen de nuevo a mi sexo hasta dejar mi braguita igual que esas esponjas arrojadas por los atletas en los márgenes de la calzada.
Respetuosamente y por encima de la ropa, pero me posee delante de todo el mundo. Y lo peor es que no me importa que puedan vernos. No hay distancia entre nosotros, la fricción de su miembro entre mis nalgas es deliciosa. Incluso puede que sea yo la que frota el trasero contra su firme entrepierna.
Somos solamente dos personas más, dos anónimos entre el público, entregados en cuerpo y alma a ese juego inocente y explícito. Por eso nuestra sonrisa es diferente a la del resto de la gente, aunque eso nadie lo ve.
Todavía no sé cómo lo hizo, pero adivinó el momento en que mi marido aparecía al fondo de la avenida. "Anima a tu campeón", le oí decir antes de apartarse un par de metros detrás de mí.
Saberlo ahí, a apenas dos pasos, me produjo un súbito desorden. Alfonso estaba llegando.