1. Un culito de ensueño


    Fecha: 19/10/2018, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... Cuando el cubil estaba arreglado como a mí me parecía que debiera estar me senté en la cama a contemplar mi obra, proyecté una biblioteca en la pared detrás de la cabecera, compraría un radiograbador, me entusiasmé como un niño con un juguete nuevo con todo lo que me quedaba por hacer. Ya de noche subí a la terracita a buscar mi ropa y, como solamente puede suceder en los sueños, o en las mejores fantasías de un cuarentón recién divorciado, mi vecinita estaba allí, en los mismos menesteres que yo. Nos saludamos mientras ella cargaba sus prendas en una canasta de plástico. Era la primera vez que veía desde esa terraza el paisaje de la ciudad lejana, hacia el sur, la luna estaba en cuarto creciente y una que otra nube pasajera la ocultaban por momentos. Respiré hondo el aire fresco del otoño y después cargué sobre mis hombros los pantalones y las camisas completamente secos.
    
    -¿Puedo preguntarte una cosa?- dije con un poco de corte.
    
    -Sí, dígame don.
    
    -¿Tu mamá me prestará la plancha por un rato?
    
    -Oh, por supuesto, no se apure, yo se la alcanzo orita.
    
    Antes de cinco minutos la tuve en mi puerta. Lamenté no tener un refresco o algo así para invitarla, pero mientras pensaba en eso ella simplemente se fue, y mientras la vi caminar los pocos pasos hacia su puerta, volví a notar que tenía unas caderas de ensueño. Finalmente planché un pantalón y una camisa y, fatigado por la desacostumbrada fajina, apenas me tomé una cerveza y me dormí de un tirón hasta el día ...
    ... siguiente. Lo primero que noté al despertar fue que no había devuelto la plancha, que la había dejado sobre las camisas arrugadas y entonces me vestí todo lo decentemente que pude, me lavé los dientes y, cuando la tomé y quise acomodar la ropa descubrí que, horror, una de las tangas diminutas de Yomairis se había “traspapelado” entre mis camisetas. Era un triangulito rojo, un hilo dental diminuto en cuya pequeñez cabían todas las fantasías. Llamé discretamente a la puerta y me recibió una Yomairis de ojos legañosos, enfundada en una larga camiseta de algodón con un retrato de Taz Mania que le quedaba muy gracioso.
    
    -Perdón, ¿tu mamá está?
    
    -No. Ella se va a misa tempranito.
    
    -Bien, espérame por favor, voy a traerte la plancha.
    
    Asintió con la cabeza.
    
    Cuando le pasé la plancha y la tanguita hecha un rollito ella pareció despertarse y, lejos de sentirse avergonzada o cohibida, simplemente se echó a reír y me cerró la puerta en las narices.
    
    Esa mañana trabajé un rato con el manuscrito y, cerca del mediodía, salí a comprar algo de comer. A unas cuadras de la casa, en una esquina, conseguí cerdo asado, compré tomates y lechuga en un supermercadito y le agregué unos panes baguette, refresco de naranja y algunos dulces. Preparé una ensalada y, siguiendo una súbita inspiración, recobré el tazón en que me habían convidado el arroz con leche y decidí invitar a mis vecinas con una porción de carne y ensalada. Fue una buena idea según pude comprobar después, porque les encantó. Con ...
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