1. Gastón


    Fecha: 21/06/2024, Categorías: Infidelidad Autor: pietrorusso, Fuente: CuentoRelatos

    ... había mostrado que guardaban las herramientas de su padre y las cosas que habían sobrado de la última refacción de la casa. También me había dicho que había un botiquín de primeros auxilios, en caso de que necesitase algo en algún momento. Caminé con Julia cojeando a mi lado. No podía hablar. Me sudaban las manos como un adolescente virginal. Estaba seguro de lo que iba a pasar y sabía que Julia también.
    
    Cuando llegamos al tabuco, la hice sentarse en una mesa de madera mientras buscaba la caja. Julia se arregló el pelo y se recostó hacia atrás sosteniéndose con las palmas de la mano. Sus piernas bailaban en el aire porque no llegaban al suelo, la mesa era bastante alta. Al girarme con la gaza y el Pervinox, noté que, en la posición en la que estaba, su cadera quedaba justo frente a mi pelvis. Me turbé un segundo con la vista. Pero volví en mí lo más rápido que pude. Me arrodillé y mojé la gaza con el líquido. Comencé a desinfectar la herida.
    
    No hablábamos. Ella concentraba sus ojos hacia el costado, y yo concentraba los míos en la herida. De a ratos nos mirábamos por el rabillo del ojo, serios, como si actuáramos con decoro. El doctor y la paciente. No pude evitar que mis ojos le recorrieran el cuerpo. El cuello alargado, las tetas infladas, la cintura delicada, el abdomen marcado, las caderas. Finalmente, miré entre sus piernas. Un poco de la humedad de la pileta todavía quedaba en la tela blanca de la tanga. Los labios de su sexo se imprimían en el algodón con tanta ...
    ... precisión que me dio escalofríos. Una parte de tela quedaba atrapada en el hueco. Miré de nuevo hacia arriba y la vi mirándome. Me puse muy colorado, pero ella reprimió una sonrisa. Fingí que sonreía, pero estaba completamente rojo de la vergüenza.
    
    Intenté volver a mi trabajo, pero sentí que sus manos se movían. No quise ver, pero no pude evitarlo. Se había corrido la tela de la tanga hacia un costado, como quien abre una puerta corrediza. Un hormigueo oprobioso me recorrió la espalda y me acarició el cuello. Comencé a temblar. Los labios de su concha estaban desnudos frente a mí. Eran algo gordos, como hinchados, pero delicados y bien acomodados, lampiños. No tenía ni un solo pliegue de más, sólo los necesarios al final del camino donde se encontraba el agujero. La miré de nuevo como si buscara confirmar algo. Julia se mordía los labios. Devolví mi mirada a la zona y lancé mi cara para estrellar mi nariz contra su pelvis. La escuché gemir y empecé mi trabajo.
    
    Comencé a lamerle los bordes superiores y los costados. Era cosquillosa, así que se retorcía en la mesa. Para sostenerla, llevé mis manos a sus nalgas y la contuve. Paseé mi lengua por su clítoris que se endurecía con cada lengüetazo, y, de tanto en tanto, bajaba hasta el agujero para intentar meterme en su hueco. Pero era inútil. Cada vez que lo hacía, Julia se excitaba tanto que sus piernas se cerraban en mi cuello y me imposibilitaban la entrada.
    
    La agarré con fuerza de las nalgas y la apreté contra mi cara. ...
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