1. Doña Gadea


    Fecha: 12/09/2024, Categorías: Lesbianas Autor: Rosa1972, Fuente: CuentoRelatos

    ... faldita verde, plisada, no era mini, pero enseñaba generosamente sus muslitos y una blusa blanca, imitación de seda, muy holgada. Había dado de mamar y se había quitado leche para no ponerla perdida con sus pezones. El enorme sujetador azul que intentaba contener aquellas dos fuerzas de la naturaleza se transparentaba bajo la falsa seda. Yo llevaba una camiseta de tirantes con un buen escote redondo, muy apretada que me marcaba mucho el pecho, mi sujetador favorito, uno amarillo que la camiseta dejaba ver y minifalda vaquera y unos zapatos sin tacón muy a la moda. Las dos estábamos muy blancas y ya estábamos en su coche cuando Gadea sacó crema solar del bolso y se la puso en la cara y la zona de los antebrazos que no le cubría la blusa.
    
    A mí el olor de la crema solar me excita, me trae recuerdos de momentos grabados a fuego en mi memoria, el descubrimiento de los cuerpos de algunas amigas, la gran excitación de disfrutar de sus madres, a escasos centímetros de mí sobre la arena, sus topless sobre la toalla, sus ingles depiladas y todo rodeado por ese aroma a sal, arena y bronceador.
    
    A veces, en invierno, me untaba un casi nada en mis hombros de ese afrodisíaco antes de hacerme una paja.
    
    Gadea me entretuvo con su agradable conversación hasta que entramos al parking en el sótano del centro comercial. Allí, todavía dentro del coche, le lancé lo que venía excitándome todo el viaje.
    
    - ¿Doña Gadea, a usted le gustaría que durmiese esta noche con usted y me comiese su ...
    ... chochito durante horas y le proporcionase varios orgasmos?
    
    Se puso completamente roja.
    
    -Pero porqué me hablas de usted? Pues claro que me gustaría.
    
    Agarré su brazo y olí su piel, deliciosa, llena de bronceador.
    
    -Tengo que pedirte algo a cambio, eso hará que lo valore usted y no vuelva a despreciarme.
    
    -Rosa, créeme que lo siento de verdad, no sé qué me ocurrió, yo misma me doy vergüenza por cómo me porté contigo. Pídeme lo que quieras, yo estoy dispuesta a todo.
    
    -Es muy fácil, dame tus bragas.
    
    Mi nulo talento como escritora me aconseja no intentar siquiera describir su cara. Tardó un rato en reaccionar.
    
    -Pero, es que no tengo otras.
    
    -Claro que no, si las tuvieses tendrías que dármelas también.
    
    -Pero, qué quieres, ¿qué me pasee por el centro comercial con esta faldita sin bragas? Si ni siquiera me he atrevido a ponerme tanga por si se me levantaba con el viento.
    
    Doña Gadea me miró con los ojos vidriosos, seguro que en ese momento se decía que ella era una mujer casada y madre de familia y se preguntaba que hacía allí, en aquel parking con una jovencita llena de vicio que extendía la palma de su mano para que ella le entregase su ropa interior.
    
    Por un momento pensé que mi órdago había ido demasiado lejos, ella a punto de llorar, suplicando clemencia con la mirada y yo inflexible, con mis ojos clavados en sus ojos y con mi mano extendida esperando la prenda.
    
    -Vamos Doña Gadea, a lo mejor descubre usted que la sensación le gusta.
    
    -Y tu cómo ...
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