Doña Gadea
Fecha: 12/09/2024,
Categorías:
Lesbianas
Autor: Rosa1972, Fuente: CuentoRelatos
... varias veces, algo no iba bien entre ellos, pero me decía que no era asunto mío. Tardaría muy poco en conocer el motivo.
Todo llega y a mitad de mayo llegó el verdadero verano galego y se fue aquel hombre. Yo ya trabajaba por la tarde y ese mismo día Gadea vino a buscarme sonriente a última hora y me invitó a una cerveza. Traía al pequeño, al que también le había cogido mucho cariño. Nos cruzamos con alguna de sus amigas y Gadea me exhibía orgullosa, nadie podía imaginar que, en aquella familia, al irse el marido a su barco, era yo la que ocupaba su puesto, pero lo sabíamos nosotras, que era lo importante y en el fondo, sin que nadie se diese cuenta, lo que hacía era presumir de novia joven y guapa. Esa tarde es otro de esos momentos que nunca olvidaré.
Le pedí a Gadea que entrásemos en mi casa a cenar porque no me apetecía pisar la suya en unos días, no me preguntó por qué. Sabía que el olor del tabaco de su marido impregnaba toda la casa y tardaba días en salir y me lo recordaba. Se trajo un par de cosas de su casa y estuvimos hasta tarde en la mía. Le ayude a depilarse el coño en mi baño y me dijo que su marido solo se la había metido con condón, lo había hecho por mí y era el motivo de sus discusiones. Le había dado la disculpa de que no podía tomarse la píldora. Yo se lo agradecí.
La primera semana nuestras noches eran más románticas de lo que estábamos acostumbradas, realmente nos habíamos extrañado la una a la otra. Pero, quizás por el tremendo calor que hizo ...
... todo aquel verano, enseguida volvimos a las andadas.
Por fin Gadea invitó a la asistenta, que se llamaba Rita, y organizó un pequeño enredo para que yo la conociese también. Comprendí enseguida lo que Gadea había tratado de explicarme, aquella mujer, a sus cincuenta, aparte de tener un cuerpazo exhalaba sensualidad por todos los poros de su piel. Tuvimos suerte, porque ese día llevaba un vestido de una tela parecida al tul, con un buen escote y lo suficientemente corto para dejar ver sus piernas. Aquella noche Gadea me contó más cosas sobre ella y me masturbo muy bien, despacito mientras yo escuchaba atentamente.
Un viernes a mediodía, cuando llegaba a casa para comer, me encontré a Gadea en bikini, la había visto desnuda muchas veces, pero no pude evitar pensar como sería pasearse por la playa con aquel cuerpecito y esos dos melones encarcelados en el sujetador del bikini y amenazando con fugarse en cualquier momento. Me habló bajito, para no despertar al niño y no me dejó entrar en casa. Estábamos en el rellano entre nuestras viviendas y Gadea me enseñó unas llaves que abrían la puerta que conducía a una pequeña azotea, que yo, ni sabía que existía. Eran unos tres por tres metros, rodeados por una barandilla de ladrillos y con suelo de tela asfáltica a salvo de miradas indiscretas, perfecta para tomar el sol, donde no había nada más que la antena de televisión. Ya tenía preparadas dos colchonetas hinchables, toallas, bebida y un enorme bol con sandía helada que sabía ...