Mi odiosa madrastra, capítulo 6
Fecha: 21/09/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos
... aviso, alejé mi mano de su trasero, para luego volver a hacer contacto con él, pero esta vez, mediante un fuerte azote.
Nadia pegó un grito, dio un respingo, y después dio vuelta a mirarme, asombrada, aunque, para mi desgracia, no parecía disgustada.
Y entonces le di otra nalgada, en la parte más carnosa de su culo, viendo cómo este temblaba, como si fuera una fuente de agua en la que caía una piedra, para, en cuestión de unos instantes, recuperar su forma original. Y luego le di otra, y otra, y otra…
Vi cómo se iba enrojeciendo de a poco, hasta que todo el enorme cachete quedó colorado. Entonces continué con la otra nalga. Un potente latigazo, que ya no la hacía gritar, pero si la instaba a detenerse en su tarea culinaria, y la obligaba a dar pequeños saltitos debido a la potencia de los golpes.
Apagué la cámara. Pero no me molesté en acomodarle el vestido. Me puse de pie. Vi que ella había hecho a un lado la tabla donde había empezado a picar ajo. Tenía el torso inclinado, y sus brazos apoyados en la mesada, como para ayudarse a hacer equilibrio.
— No te dije que hicieras eso —me recriminó. En su tono parecía haber decepción.
— No te quejes. Estoy seguro de que a los degenerados de tus seguidores les va a gustar lo de las nalgadas.
— Eso es cierto. Pero…
— Pero ¿qué?
— Así es como se empieza —dijo ella. Mientras hablaba, seguía exactamente en la misma pose en la que había sido grabada, con la vista hacia delante, y con su vestido levantado hasta ...
... la cintura, y sus nalgas enrojecidas a la vista.
— Así se empieza ¿A qué?
— Me prometiste que nunca ibas a hacer nada que no quisiera que me hagas —recordó ella.
— No seas tonta. Sólo le agregué algo a lo que vos misma me habías pedido que hiciera.
— Supongo que tenés razón —reconoció ella, ahora más convencida. Pero luego agregó—: ¿Y vas a hacerme algo más?
Me acerqué a Nadia. Apoyé mis manos en su cintura. Tenía una erección óptima, que por primera vez, no me molesté en ocultar, aunque no creo que ella la haya visto, ya que en ningún momento había desviado su mirada hacia atrás. Era como si no quisiera verme, quizás intuyendo mi estado. Sin embargo ahí estaba la erección. Si solo me acercaba a ella unos centímetros más, mi madrastra la notaría, pues aunque no la viera, la sentiría, hincándose en sus nalgas. Sería algo mucho más amoral que lo que había pasado el día anterior, cuando me había apoyado en sus glúteos, sin intención, para evitar que se cayera el vaso de vidrio. Esta vez no tenía una simple hinchazón. Esta vez mi lanza estaba dura como roca y apuntaba peligrosamente al trasero de mi madrastra.
— ¿Vos querés que haga algo más? —pregunté yo a su vez—. Porque si lo hago, no quiero que después te quejes como ahora.
Hubo un momento de silencio en donde sólo se escuchaban nuestras respiraciones, las cuales parecían más agitadas de lo que deberían.
— No, no quiero nada más —dijo ella finalmente, aunque seguía dándome la espalda, con el trasero al ...