1. Y si se puede, ¿por qué no?


    Fecha: 23/09/2024, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: femerba, Fuente: CuentoRelatos

    ... a la playa nudista era la prioridad. Tomamos el desayuno en el hotel y decidimos pasar el resto del día por allá. Y más temprano que tarde, emprendimos nuestro viaje. Al llegar allí, la verdad, no vimos nada especial. Lo habíamos imaginado de otra manera. Pero, teniendo en mente disfrutar el paseo, decidimos acomodarnos a la situación, relajarnos y pasar el tiempo. Había muy poca gente y no muchas parejas, más bien personas solas pasando el tiempo.
    
    Nos mantuvimos acomodados en la playa, bajo una sombrilla, alternando períodos de sol y sombra, y adentrándonos a intervalos en el mar para evitar broncearnos en exceso. Y, allí, en uno de esos intervalos, mientras yo me estaba refrescando en el agua, vi cómo alguien llegó a donde estaba mi mujer. Era un muchacho moreno, de contextura normal. Permaneció de pie, al parecer conversando con ella, y en algún momento volteó a mirar a donde yo estaba, pero siguió ahí, como si nada. Y yo, haciéndome el indiferente, también permanecí en mi lugar, tratando de mirar para otro lado. El tipo, tal vez consciente que yo no me molestaba con su presencia, se sentó al lado de mi mujer.
    
    Al rato, me imaginé, aquel hombre, utilizando el pretexto de siempre para mantenerse al lado de la hembra, le aplicaba bronceador en sus piernas. De seguro se había ofrecido para ello, oportunidad ideal para tocar y detallar a mí mujer. Mmmm, pensé, la cosa ya se empezó a calentar. Decidí acercarme, ahora sí, para ver cómo evolucionaba aquello. El muchacho ...
    ... pareció no inmutarse con mi llegada. Mira, dijo mi esposa, Joel me está haciendo compañía un rato, contándome cómo es que se vive por acá. Mucho gusto, le dije. Un placer conocerle, contesto él. Y, quizá, para ganar más confianza, le preguntó a mi mujer, desnuda como estaba, si le permitía aplicarle el bronceador en su espalda y sus piernas. Y ella, sin vergüenza alguna, aceptó.
    
    Ella se acomodó boca abajo sobre la toalla y él, embadurnándose las manos con el bronceador, procedió a masajear a mi esposa, de arriba abajo, en su espalda, nalgas, piernas y pies. No dejó ningún espacio sin palpar. Mientras tanto nos comentaba de los sitios más icónicos del lugar, los parques disponibles y las preferencias de los visitantes, al parecer indiferente de lo que hacía con mi mujer. Ella, por supuesto, encantada con las caricias. Pero, aparte de la conversación y del masaje, nada parecía insinuar algo más. Nos contó que él todos los días visitaba la playa, en las tardes, después del trabajo, a eso de las 3 pm, como una manera de relajarse de la jornada. ¿Y por qué desnudo pregunté yo? Sonriendo contestó, hombre, porque hay la facilidad y vivo cerca de aquí. No es un problema y me gusta.
    
    El hombre, a medida que avanzaba la conversación, ganaba en confianza y se mostraba un poco más coqueto y abierto, sobre todo al dirigirse a mi mujer. Pero aquella tarde las cosas no iban a pasar de allí, simplemente porque en la charla jamás se insinuó esa posibilidad. Pasado el tiempo nos despedimos, ...
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