Apuestas arriesgadas
Fecha: 29/09/2024,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... Emilio le pareció ver a otra persona, tan parecida a ella, tal vez con las mejillas más carnosas, la mirada más inocente, la curvatura de los labios más pronunciada…
-Te pareces tanto a ella-se le escapó entre los labios, y al instante, casi se arrepintió de decirlo. Una sombra de dolor y pena asomó por la mirada de su hija. En ocasiones, temía que ella creyese que solo veía en ella a una sombra de Catalina, pero no era así. Cristina era una persona distinta, madura y consciente, alguien tan preciado que no dudaría en sacrificarse si así fuera necesario por ella.
Ella navegó en los ojos de Emilio, que parecían vastos océanos insondables, preñados de fosas abismales y rotos por islas salvajes e inexploradas, junglas oscuras y tenebrosas como únicas dueñas de tales territorios, pero ella había conseguido abrirse paso entre aquellas olas caóticas, había naufragado y sobrevivido a los fieros acantilados.
Y por segunda vez en aquel día, permitió que una mirada ajena, pero próxima, cariñosa pero severa, cómplice pero secuaz, fueran testigos de la desnudez de su cuerpo. Un leve pulso pudoroso sacudió la diestra de Cris, cuyos dedos recalaron por el muslo para ocultar inútilmente el triángulo del sexo.
-Cristina, Cristina-susurró Emilio, y ella le sonrió, como tantas otras veces, como llevaba haciendo tantos años, como acostumbraba desde que era una niña, convirtiéndose en una adolescente, floreciendo como mujer.
Como había hecho la primera vez, como hacía cuando lo ...
... acogía entre sus brazos o cuando susurraba ese título que lo abrasaba por dentro y atormentaba, lo enardecía y lo sacudía.
Recordó la puerta entornada, la oscuridad atravesada por los haces lunares que asaetaban las sábanas inquietas, el rumor del roce, la milenaria cadencia, la inquieta mirada, la boca entreabierta y asustada, los pétalos dibujados bajo la tela de la prenda, la expresión temerosa…
Se vio a sí mismo siendo un intruso, vulgar ladrón de tesoros ajenos, sentándose junto a su víctima, junto a su asesina, observándose, descubriéndose, conociéndose. Y ella acogió su mano, buscando su calor su afecto, su cuidado, y solo reaccionó cuando las yemas de los dedos percibieron ese calor que se antojaba emanando del muslo cubierto.
¿Fue su mano o la suya? Nunca lo pudo aclarar, nunca se lo preguntó, tal vez ambas se unieron para hundirse en el infierno.
Sintió temor, pánico y horror, pero a la vez, una extraña abrasión, un furor vital que hacía mucho tiempo que no le asaltaba. Y los tiernos, pero palpables labios acariciaron sus yemas con deleite y gozo, como el primer beso que otorga la amada a un retornado náufrago, y fue horadando y surcando su interior, poco a poco, estremeciéndose ambos.
Su boca, sus labios, los ojos entornados, el delirio impregnando la dulzura angelical del rostro, sus muslos cada vez más abiertos, rogando por su omnisciencia, regando el cómplice silencio con los jadeos entrecortados y los quedos gemidos.
La otra mano profana se coló ...