El bosque de limoneros
Fecha: 04/10/2024,
Categorías:
Incesto
Autor: Lima, Fuente: CuentoRelatos
... habrá sacado la niña esos pechos?, pero mi tez completamente roja me delató. Bea no es tonta, sabe de las debilidades humanas, respondió cualquier bobada y me sonrió para intentar aliviar el mal rato que yo estaba pasando. ¡Qué vergüenza pasé! Otra en su lugar afearía mi comportamiento, pero mi Bea no.
De mi hijo solo puedo y quiero decir que es una polla pegada a un cuerpo, pero un gran chaval. Alguna vez lo he pillado masturbándose. ¡Por dios!, me da miedo abrir cualquier puerta cuando él está en casa, la vergüenza que paso. Por supuesto que llamo cien veces antes de entrar en su habitación, pero nunca cierra, y una vez lo pille en el baño en el momento de correrse y eso es imposible de olvidar y superar, nos llevó semanas conseguir tener una conversación normal. ¿Qué si es guapo? Pues sí, es guapo, es hijo mío, con lo bien dotado que está, eso es lo de menos, pero a esa edad los hombres son pollas a punto de explotar a todas horas.
A él le gusta mucho María y los dos acabaron apareciendo en mis pajas, fugazmente como digo, pero aquella noche en mi azotea, hiperventilada de deseo, hambrienta, abrazada a mis pechos, besándomelos, con aquel chisme dentro de mí me rendí y los puse a los dos frente a mí, mi Pablo completamente desnudo, con la polla en ristre, dura y larga como solo a su edad se puede tener, y María, con solo un tanga amarillo de rodillas delante de él, mostrándole su culo, contoneándolo, sacando la lengua, en celo como yo. Lo mejor de las fantasías es ...
... la lubricación, Pablo apartó con su mano el tanga para clavar su polla, para ir metiendo esos veinte centímetros de carne en el coño de María, me la imaginaba gimiendo, con sus melones colgando mientras mi hijo sacaba toda la polla fuera de su coño y se la metía de nuevo hasta el fondo, sin prisa, como a nosotras nos gusta, adentro hasta el fondo y afuera, y vuelta a empezar. Parecían tan reales como mi chocho acariciado por la huella dactilar de mi índice derecho, tan reales como aquella cosa que vibraba en mi útero, tan reales como mi vicio con la orina, uno de tantos. Había bebido tanta agua que cada cierto tiempo disfrutaba de una meada larga y excitante, me meaba encima, tumbada, con las piernas muy abiertas y sin dejar de acariciarme el chocho, bajo la tumbona se formaba un pequeño charco.
Creo que María hubiese disfrutado muchísimo en la vida real, que se hubiese sentido muy alagada por el manguerazo de semen en toda su cara que yo presencié. Pablo se corrió como yo sabía muy bien que podía hacer, a casi medio metro de su cara, embadurnándosela toda para que ella decidiese que hacer con toda esa leche. Yo me apiade de ella, le quiero como si fuese mi hija, en vez de hacer que se lo tragara todo, la acerque a mí y lamí el semen de Pablo de su cara para luego darle un morreo, un morreo sucio de semen, un morreo sucio de deseo insatisfecho, sucio de culpa. Sentí un escalofrío y se me puso la piel de gallina.
Estoy enamorada de su madre, pero a María, como digo, la ...