1. El bosque de limoneros


    Fecha: 04/10/2024, Categorías: Incesto Autor: Lima, Fuente: CuentoRelatos

    ... con ellos el curso de las últimas gotas de orina que se deslizaban suavemente como miel sobre la capa de gelatina que napaba mis labios.
    
    Se quedó inmóvil, con sus piernas apretadas y temblorosas y su mano derecha atrapada entre ellas, toda su piel de gallina, sé que no era de frío, pero la tapé con una toalla. Ese día volvimos a casa en silencio, muertas de vergüenza. De vez en cuando nos reíamos como dos idiotas. Supongo que las dos nos preguntábamos como habíamos acabado la tarde así. Lo cierto es que todo fue muy fácil, tremendamente fácil, demasiado fácil.
    
    El estruendo de una persiana abriéndose me trajo de vuelta a la realidad, poco a poco el sol iba cayendo y el pueblo volvía a la vida, era como un segundo amanecer. Hasta más allá de la media noche mis vecinos recuperarían lo que el fogón del verano les había robado desde el mediodía.
    
    Yo ardía por dentro y por fuera, recordar a Bea había aumentado mi bienestar y a riesgo de morirme de calor afronté el último tramo de vuelta a mi casa, ya sin nada más que algún árbol dando algo de sombra. Me acerqué la caja congelada de langostinos a mis mofletes y terminé la botella de agua de litro y medio.
    
    Apure el pasó todo lo que pude y por fin bañada en sudor, con el vestido pegado a mi cuerpo y aguantándome las ganas de todo entré en mi casa y eché todos los cerrojos tras de mí.
    
    Di gracias, aunque no sabía a quién o a que, volvía de mi paseo con tantas cosas que hacer...
    
    Me dio pena quitarme el vestido, pero se ...
    ... merecía un buen lavado y pasó a formar parte de mi museo de fetiches, en un viejo arcón está, junto a mi cama, bajó llave.
    
    Lo que más me liberó fue quitarme el sujetador, ¡que tortura! Completamente desnuda y sin chanclas abrí la puerta que baja a la bodega, el placer que me producían los baldosines de gres fríos en la planta de mis pies era casi sexual, ligeramente encorvada para no golpearme en la cabeza fui bajando las escaleras, el suelo estaba más frío cuanto más abajo y al poner mis pies sobre el suelo de la bodega me encantó sentir el masaje del cemento, basto, poroso, recubierto siempre de una arenilla que nunca se acaba, eterna. Con las palmas de mis manos levanté mis pechos, me llevé uno a la boca y me excité recordando como me bebía su leche tras mi embarazo, junté mis piernas y dejé que el granizado y la botella de agua encontrasen su camino hacia el suelo, sentía la orina fría de lo calientes que estaban mis piernas, meaba y meaba sin parar, acabé chapoteando con mis pies en la orina, confirmé con mi dedo índice lo que hacía un rato que sentía, tenía el ojete lleno de jugo de mi coño. Me metí un poco el dedo y vi que era más que suficiente para lubricarme. Esperé un rato, senté mi culo desnudo sobre el último peldaño y me quedé a ver como el cemento hacía suya para siempre mi meada. Bea regresó a mi cerebro.
    
    La pienso siempre vestida como en verano, en invierno tiene aspecto de lo que es, profesora de instituto, pero en vacaciones... ¿cómo lo diría? crea una ...
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