Mi harem familiar (Introducción. Cap. 1)
Fecha: 23/04/2025,
Categorías:
Grandes Relatos,
Autor: WadeHolden, Fuente: CuentoRelatos
... dimensiones regulares, con baño dentro, para la señora que trabajaba en casa, Carmencita, aunque ella iba y venía diariamente, de lunes a viernes, de 7 a 5. Otras dos chicas venían a casa los martes y los jueves a limpiar, bajo la supervisión de Carmencita, pero lo hacían de 8 a 3.
Teníamos un espacioso estudio, con un escritorio moderno con sillas para ambos lados y un buen sofá cama, para emergencias. Una buena biblioteca, donde predominaban los libros de Derecho, de leyes, de papá. Dicho estudio tenía un baño completo, adosado a la entrada, de manera que el estudio y su baño podían servir de habitación de huéspedes con total privacidad.
En la parte de atrás teníamos una terraza techada a todo lo largo de la casa y amueblada para hacerla un lugar de verdadero esparcimiento familiar. Un juego de sofá de tres puestos y dos poltronas, sumamente cómodos, con mesa de centro y dos ratonas auxiliares al sofá. Luego, al otro extremo, una parrillera con mostrador auxiliar, de obra, con lavaplatos y demás y una mesa de picnic, de madera, con seis plazas.
Un buen jardín, hermoso, lleno de plantas de todo tipo, coronaba la parte trasera de la casa. Un árbol de mango que hacía las delicias de mi madre y mi hermana, no de papá ni mías. Uno de guayabas, que si me gustaban mucho y otras muchas variedades, como granadas, higos y hasta alcachofas.
En el garaje, cabían tres carros, pero a la derecha del portón de acceso, cabían otros dos más y entre los del garaje y el portón, ...
... otros tres.
A la izquierda, salvando el acceso peatonal desde la puerta del muro de protección hasta el porche de la casa, existía un jardín de pequeñas dimensiones, con grama japonesa y nueve rosales, rosas holandesas que papá y yo habíamos sembrado apenas nos mudamos, que venían en avión, por Viasa, en sobres plásticos. Un tallo con raíz y una flor para determinar el color. Habíamos sembrado roja, blanca, amarilla, rosada, rosada con puntas blancas, anaranjada y otras tonalidades, en total nueve.
Luego las habíamos injertado, de una a cada una de las otras plantas, de modo que cuando florecían, hacían las delicias de mi bella madre. Ese jardín era el homenaje de mi padre y mío a la belleza de Sugey, nuestro gran amor. Mi querida madre. Hasta su nombre era lindo
Ella, a la sazón, contaba con 40 años ya cumplidos pero no representados, porque parecía una mujer de 32, si acaso. Era hermosa, blanca, de pelo castaño ondulado, a media espalda, ojos verdes y labios carnosos y deliciosos, nariz recta, un poco respingona, cara de niña traviesa.
Su cuerpo era una fantasía erótica, senos grandes, voluminosos, que hacían las delicias de quienes teníamos el placer de observarla, una cintura reducida, generosas caderas y un trasero de leyenda, con dos nalgas que hacían suspirar a cualquiera. Cuando Sugey caminaba alrededor de la piscina, en el edificio donde teníamos un apartamento en Macuto, todas las personas por los alrededores suspendían lo que hacían y la observaban. ...