Con las manos en... el juguete
Fecha: 28/08/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Orpherius, Fuente: CuentoRelatos
... soy capaz, le digo:
―Merche, ¿qué estabas haciendo?
―Nada ―me dice por toda respuesta y ocultando su cara con los dedos, que hacen las veces de persiana. Sus mofletes están a punto de la ignición.
―¿Nada? ―digo. A estas alturas ya no puedo controlar mi excitación, y mi pene empieza a crecer bajo mis calzoncillos. Me acerco un poco más al borde de la cama y pongo mi mano sobre su rodilla. Trato de abrirla, de despegarla de la otra. Ella opone resistencia, pero no «demasiada». Poco a poco va cediendo.
―¿Qué escondes ahí? ―le digo.
―Nada ―responde martirizada, sin saber dónde meterse.
Sigo tirando de su rodilla. Cuando he logrado abrir un hueco entre las dos, vuelvo a tomar la sábana con los dedos. Tiro despacio, haciéndola deslizar por su carne. Ella sigue sujetándola sobre sus pechos. Retiro la sábana de sus rodillas y la dejo caer al lado de su cuerpo. Sus piernas flexionadas quedan al descubierto, así como parte de su vientre y su entrepierna, de donde asoma la punta del dildo que le enseñé la última vez que estuvo en mi casa, circundado por una areola de vello parduzco. Me estremezco con esta visión. Luego la miro a la cara fijamente, que ella trata de cubrir nuevamente colocando su mano sobre la frente, como una visera. La noto respirar con agitación. Sus mejillas van a prenderse fuego.
Mi paquete, ya sin remedio posible, ha crecido a su gusto y me cruza los calzoncillos como un retazo de culebra. Llevo mi mano a su entrepierna, hago una pinza con ...
... los dedos pulgar e índice y agarro la punta del dildo, del que comienzo a tirar muy despacio. El cuerpo brillante del juguete, húmedo de ella, va apareciendo despacio como los primeros vagones de un tren que asoman por un túnel oscuro: diez centímetros, quince, veinte... Finalmente, lo retiro de su vagina y lo sujeto en el aire en medio de los dos, evidenciando ante nuestras miradas «la prueba del delito»: un consolador de color crema con la punta imitando a un glande. Ella, para mi asombro, no cierra sus piernas: quiere mostrarme su intimidad, el escenario de sus juegos. Debe estar tan cachonda como yo.
―¿Y esto qué es? ―le digo sujetando el consolador delante de ella, brillante de su flujo, metido ya de lleno en mi papel de inquisidor. Mi miembro lagrimea de excitación.
―Nada... ―responde.
―¿Nada? ―pregunto de nuevo―. ¿Y qué hacía «ahí»?
―No lo sé ―me dice, visiblemente excitada. He visto granadas más pálidas que su cara.
―¿No lo sabes? ―le digo, tratando de adoptar el tono que se usa con un niño que hace una travesura. Ambos nos subimos por las paredes. La cara me arde. Mis calzoncillos empiezan a mostrar una mancha oscura allí donde desemboca el glande.
―No, no lo sé ―me dice. Y luego, como el delincuente que niega tener ninguna responsabilidad sobre el dinero que sujeta en la mano, agrega―: Si no te dejaras esas cosas por ahí...
«Por ahí» significa mi segundo cajón de la mesa de noche, puesto que es ahí donde lo guardaba. Me excita no sólo lo que ha ...